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lunes, 6 de octubre de 2014

Che forever alive

Ernesto Guevara de la Serna nació el 14 de julio de 1928, en la maternidad del Hospital Centenario, anexo a la Facultad de Medicina de la ciudad de Rosario. Su padre era un constructor civil  que nunca llegó a hacer prosperar ninguno de sus múltiples emprendimientos. Lo expulsaron del colegio Nacional por haberle propinado una bofetada a su condiscípulo Jorge Luis Borges. "Señor, este alumno no me deja estudiar", se quejó el educado Jorgito L. Borges al maestro. Así que Ernesto Guevara Lynch tuvo que desaparecer por la puerta chica. Multiplicarse por cero, como dice Bart Simpson. 
Las fotos de esa época muestran a Celia de la Serna, bella y con un aire retador. Quienes la conocieron entonces, por ejemplo, una sobrina suya, la describen como una mujer de ideas avanzadas. Que se cortó el pelo a lo garcon. Que fumaba. Y hasta conducía el coche familiar. Celia de la Serna se formó en la religión católica, que profesó con ardor en su juventud.
Los Guevara-Lynch tenían fama de bohemios, generosos y abiertos a tratar a todo quisqui, con independencia de su posición social. Ernestito, Teté para la familia mataperreaba  junto con los hijos de los peones. En casa, en las múltiples viviendas de los Guevara-Lynch, los amigos de Ernestito eran bienvenidos, por muy desarrapados que lucieran. La biografia escrita por Paco Ignacio Taibo II, que recomiendo a amigos y enemigos del Che, tiene 860 páginas. Es amena y rigurosa.
Así que yo me salto todo lo que allí se encuentra y aterrizo en el año 1959, en Camagüey, Cuba.
Yo tuve el gusto de encontrarme por primera vez con el Che recién bajado de la Sierra Maestra. Ocurrió en el Aeropuerto "Ignacio Agramonte" de la ciudad de Camagüey, donde se reunían, con ocasión de un acto político, todos los comandantes del Ejército Rebelde. Estaban el Comandante Fidel, el hoy Presidente Raúl, con una coleta que le sentaba de maravilla. También Camilo, que lucía un sombrero alón.
La chiquillería presente nos dedicábamos a incordiar a los barbudos, en busca de autógrafos. Fidel los echaba con generosidad e indiferencia. Camilo, sonreía y también se prodigaba. Pero yo  me dediqué a perseguir al Comandante Guevara, que apestaba mucho a monte. Muy apestoso, vamos.

 Iba sucio, con el brazo derecho en cabestrillo, sostenido por un trapo negro. Cuando le pedí el dichoso autógrafo, el Che me dedicó una medio sonrisa, bastante irónica y argentina. Como llevaba un puro colgando del labio, fue una medio sonrisa pasada por humo de tabaco. 
Sus escoltas, entre los que tal vez estaban los hermanos Acevedo, sí se que se rieron a placer. Uno de ellos zanjó el asunto con un burlón "es que él no sabe escribir". A lo que yo respondí airada "si que sabe, que es médico". El Che tenía unos ojos preciosos. Y una mirada de las que no se olvidan con facilidad. El Che era mucho Guevara -Lynch. Lo volví a ver en otras ocasiones. Pero como ya no era una niña resultó diferente. No hay como la primera vez, cuando una se enamora.
El primer amor imprime carácter.
La última foto del Che vivo es del 9 de octubre de 1967. Se tomó en el poblado de La Higuera. A la izquierda del Comandante Guevara de la Serna aparece el agente de la CIA Félix Rodríguez, residente en Miami. Lleva uniforme de ranger boliviano. La mirada del sicario es soberbia. Observa la cámara con altanería. El Che permanece algo cabizbajo. Recuerda algo a un Cristo doliente. Como de Semana Santa en Sevilla. Tres horas más tarde lo asesinarían en el interior de la desastrada escuela. El cura de un pueblo próximo, que quería asistirlo,no llegó a tiempo.
El cura recogió los casquillos. El cura Schiller hizo de buen samaritano: se puso a lavar la sangre derramada en la escuela. A Mario Terán, perpetrador del asesinato, le habían prometido un viaje nada menos que a West Point, para hacer un curso de suboficial. El 8 de octubre el Comandante Guevara llevaba en la muñeca dos Rolex Oster Perpetual. Uno suyo y otro de Coello, que se lo había confiado con la esperanza que se lo entregara a su mujer. Ambos relojes habían sido regalos de Fidel. No era infrecuente que el Comandante en Jefe tuviera ese detalle con combatientes y funcionarios esforzados. De esos de cuyos nombres no se acuerda la Historia grande. Los bienes terrenales del Che fueron objeto de una rapiña encarnizada por parte de sus captores. Los Rolex Oster Perpetual pasaron de una mano a otra. Se los debe haber quedado alguno de alta graduación. Tal vez el General Ovando.
Todos ellos son basura  como de la historia Universal de la infamia.
La memoria de Ernesto Guevara de la Serna ha hecho metástasis en fotos, camisetas, calzoncillos, ceniceros, postales, canciones, poemas excelentes y malos. Allí está el Che burlón poniendo en solfa los sacrosantos mitos del neoliberalismo. No, la guerrilla fue un fracaso. Pero el Che vive.
Desde el futuro nos acompaña su sonrisa irónica, irreverente. Su alegría. Sus botas sucias. Un ministro con un perro cagón llamado Muralla, que sabía llegar a su espartano despacho.
Hasta la victoria siempre, Che Comandante. El último caballero andante.

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