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viernes, 1 de julio de 2011

Una muerte muy dulce

Desde el día 27 de junio realizo las 80 horas de prácticas correspondientes a un curso de auxiliar en gerontología y atención a personas con discapacidades, patrocinado por el instituto catalán Pere Tarres con financiación de la Caixa.


Comencé colaborando con  Pepi y con Fátima. Enseguida formamos un buen equipo.

Mi primera tarea fue despertar y asear a un paciente.


El señor sólo necesitaba que se le lavara el cuerpo y sobretodo  una inspección de la parte posterior de la espalda, para prevenir úlceras por presión.


Debido a mi profundo desconocimiento de cómo funcionan las cosas en un centro socio sanitario privado (bueno ya es bastante menos), le pregunté a mi compañera Pepi si en esa institución  se acostumbraba a alojar personas de diferente género en la misma habitación.


Mi ocurrencia desató la risa del personal: son un matrimonio, aclararon. Ahhh, dije. La verdad es que no quiero hablar del matrimonio, que se arregla con exquisito cuidado antes de bajar al comedor.


Quiero hablar de la señora Narcisa. 


El día 27 presencié cómo se le administraba su papilla con cafe con leche. Había que hacerlo poco a poco para que no se atragantara lo que podía causarle serios daños y sobre todo sufrimiento.


Una paciente tierna y cariñosa pero ya muy debilitada. Pese a su feble condición "Niceta" era capaz de dar y recibir amor. Le gustaba que le acariciáramos las manos flaquitas, casi transparentes.


Pese a su imposibilidad de hablar, por el deterioro de los músculos correspondientes, parecía querer decirnos cosas buenas.


Pero de pronto su condición de base pareció empeorar y con el  acuerdo de la familia, su sobrina sobre todo, se llamó al servicio de urgencias. Permanecimos con ella tranquilizándola y acompañándola mientras llegaban los sanitarios.


El jueves fue fiesta local y no fuí a la institución.


El viernes, cuendo me reincorporé a la faena, Ana otra auxiliar con unos 11 años de experiencia me encargó de que le administrara el desayuno a la señora Narcisa quien una vez atendida en urgencias había regresado al centro, ya que en sus condiciones no se aconsejaba un ingrso hospitalario.


Eso me gustó ya que era una responsabilidad que por lo menos a mí me pareció muy grande. Ayudar a una anciana a comer es algo importante. Y hay que hacerlo perfectamente o abstenerse.


Mezclé  bien el café con leche con el cereal y ayudada de una cuchara sopera le iba dando sorbitos poco a poco, esperando que lograra tragar sin agobios. 


Con mucha paciencia para que la gran cantidad de flema alojada en su aparato respiratorio y una obstrucción de dichas vías no le ocasionaran ahogo.


Pero observé que la anciana estaba cada vez más pálida. Y en un momento movió la cabeza. En clara señal de que no deseaba que le siguiera dando la mezcla alimenticia. Le tomé la mano. Entonces empezó a toser. Mucho.

En ese momento entró Ana, quien enseguida se percató de la naturaleza de la situación.


Sube la cabecera de la cama le indicó Ana a Fátima.

Mientras yo le expliqué cómo habían ido las cosas. Los signos y síntomas de empeoramiento eran evidentes. Se nos iba.


Ana a viva voz solicitó a la otra auxiliar que de inmediato llamara a la enfermera.

La enfermera  Janet llegó enseguida, muy serena y provista del esfingomanómetro. La presión muy baja. Comprobó tal como yo había hecho que no había latido en la yugular.


Y entonces hizo algo que a mí me pareció casi mágico: le acercó a las fosas nasales un cristal que correspondía al de la foto del marido de la señora Narcisa. Narcisa había muerto cerca de ese recuerdo.


Esa mañana como correspondía la aseamos en la cama para que estuviera a gusto. Y paladeó algo del desayuno.


Recibió muchos besos en la frente. Le tomamos las manos. Y ella se sabia querida.


Luego llegó una monja que recitó oraciones y encomendó su espíritu a Dios.


Ahora la señora Narcisa es otro ángel que vela por mí. Hasta luego querida Niceta.


Me acordé de cómo el Ché se había conmovido por el estado precario de una señora muy enferma llamada María.

Es bueno que quienes atiendan personas tengan sentimientos sin que éstos se desborden de forma caótica.


Pocos minutos más tarde ya estábamos en otras tareas. Sin que el resto de los pacientes padecieran la inquietud o el agobio de un deceso.

Pero tanto Fátima como yo íbamos calladas. Sobre todo Fátima para quien la muerte de Niceta, con la que se había encariñado, fue muy dolorosa.

Hoy comienzan las vacaciones de verano. Me voy a perder los San Fermines. Hace un calor africano. Casi no puedo salir a la calle. Esta tarde cuando regresé del centro sanitario, me hice una buena comida a base de sardinas y patatas con mucho aceite. Luego me tiré en la cama y estuve durmiendo hasta las 6 de la tarde. Todavía hacía calor. Sólo logro vivir a partir de las ocho de la tarde.



Niceta in memoriam