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jueves, 3 de febrero de 2011

Bradley Manning: prisionero de conciencia.

Un jóven soldado estadounidense permanece recluido bajo extremas medidas de seguridad. Su nombre, bien conocido, es Bradley Manning (23). Había servido a su país con honor y dedicación: era un soldado que cumplía las misiones de analista de seguridad. Especialista en adquirir y procesar información obtenida con los medios punteros que cuenta la Navy, con el fin de prevenir amenazas y adelantarse a los acontecimientos. En alguna ocasión se dirigió a sus superiores para denunciar procedimientos anómalos. Le hicieron poco o ningún caso. Este dato procede de Global Research, donde pueden ampliar la información. En estos días Amnistía Internacional se ha interesado por su caso. Su madre es galesa. Pero él es estadounidense. Y muy orgulloso de serlo. No hay lugar para invocar que también es británico.

Su solitario confinamiento sigue los protocolos militares: se le priva de todo contacto humano, aparte de sus captores, no tiene nada a su alcance que pueda usar para un hipotético suicidio. Ni sábanas, ni almohada, ni otra vestimenta que calzoncillos. Carece de intimidad. De tiempo propio. Ha de estar permanentemente visible. Su sueño, si es que logra conciliarlo, puede ser interrumpido en cualquier momento.

Se le atribuye de ser la fuente de los 25 metros de documentos filtrados a Wikileaks. Lo abultado de la filtración deja de ser notable si se señala que Manning puede ser el responsable de que un ametrallamiento de civiles saliera a la luz pública en toda su crudeza y horror.

Si tal fuera el caso, a sus escasos 23 años, Manning ha recogido el testigo moral de los juicios de Nüremberg. Entonces quedó claro que si se comete un crímen, no vale la excusa de haber cumplido ordenes superiores.

Manning es un prisionero de conciencia. No un traidor a su país.

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