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miércoles, 20 de enero de 2016

Cuban Blues

Sobre los años ochenta, y por motivos que exclusivamente competen al Estado Español, solicité asilo en la comisaría de Extranjería de Madrid. Dos funcionarios ejemplares, Felix (cara de gato gordo) y José María (que iba para cura pero terminó en policía, sin perder el garbo de un caballero español), me orientaron en los pasos a dar, el protocolo, muy serio, en el que intervienen tres ministerios: Justicia,Exteriores e Interior.
 Por mi parte les rogué que me ayudaran a proteger mi anonimato. No estaba dispuesta a humillar a mi familia. A vender mi intimidad. A ser carnaza mediática. En ese momento los cubanos que permanecían en el extranjero perdían su trabajo, tal vez se les condenaba a un año de prisión. Pero lo cierto era que en cinco años no podían aterrizar en la Isla. Fue duro conocer la muerte de mi padre por un telegrama. Pero lo que voy a relatar aquí son mis aventuras posteriores cuando, al cabo de mucho tiempo, compré mi pasaporte  en el Consulado de Paseo de Gracia  y me subí a un avión de Iberia. Por suerte no me sentaron junto a un o una cubana parlanchina: mi compañero de viaje fue un joven italiano, cooperante en África y más bello que  "El caballero inglés" que si les interesa lo buscan en Firenze. El italiano me explicó que iba a visitar una presunta novia. Yo no dije ni mu ya que en ese instante apareció la azafata. El pienso estaba frío. Ni alguien acostumbrado a los rigores de África se lo beneficiaba. Por lo menos los vinos eran de calidad. Y me bebí los míos y los del italiano.
Cuando aterrizamos en el humilde aeropuerto José Martí sentí una gran alegría: iba a poder despedirme de Doña Ana, medalla 20 Aniversario. Mi pasaporte cubano resultó algo peculiar. A los guiris los pusieron en otra cola. Algunos tenían cara de susto. 

Me senté en el suelo hasta que vino un oficial con muchas estrellas en los hombros.
_ ¿Gato o conejo ?, preguntó.

_ Gato, señor, siempre gato. El hombre se marchó satisfecho.

Atravesé la frontera y pasé a un diminuto despacho, con aire acondicionado. Y allí me enrollé con el guardia a hablar de ordenadores.

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