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miércoles, 3 de abril de 2013

¿Cubanos de Fidel o de Miami?

He revisado con la debida atención el artículo que Yoanis Sánchez (Ver en “Generación Y”, portal “Desde Cuba”) leyó en Miami, Fla. supongo que en la “Torre de la Libertad” (que es ese edificio tan feo con el que tiene el escaso gusto de utilizar para ilustrar su excelente pieza.

De modo  resumido Sánchez viene a afirmar de forma enfática y hasta muy sentida, (lo que le debe haber ganado sonados aplausos), que no hay “cubanos de Fidel y cubanos de Miami sino cubanos y punto”. Y argumenta, con bastante razón en parte, que ningún gobierno o partido tiene el derecho de decidir en cuanto a la nacionalidad de los ciudadanos.
La cosa tiene su miga, ya que hubo un tiempo lejano pero no del todo olvidado, en que a aquellos naturales cubanos que decidían abandonar definitivamente la isla se les tachaba de “gusanos” y no pocos recibieron insultos bastante menos zoológicos (apátridas, escoria, etc). Los contactos “con el extranjero” estaban mal vistos.

Los/las militantes de la Juventud Comunista tenían específicamente prohibido sostener relaciones con “gusanos”. Pero del otro lado del estrecho de La Florida no todos los cubanos eran industriosos y pacíficos emprendedores anticastristas.

Hay que recordar que Estados Unidos practicó una política exterior miope y belicista frente al incipiente fenómeno de la Revolución Cubana. ¿Quién organizó la invasión a Playa Girón? (De la que salieron con el rabo entre las piernas, en el mejor caso) ¿Quiénes entrenaron a esos patriotas tan cubanos? ¿De quién eran esos cubanos? ¿De qué Cuba?. Se dieron casos de terrorismo. Cito la muerte de un turista italiano por una bomba en un centro turístico habanero.

Más tarde hubo momentos en que en Cuba se vivió un estado próximo a una guerra: en los 60 (Yoanis no había nacido y yo era una niña) la CIA (sí, no es un cuento de Camino) pertrechó grupos “de bandidos” en las montañas del Escambray. Y Fidel, claro, les mando a las milicias. Y ganaron los milicianos.

Hay razones históricas suficientes para afirmar que los “cubanos de Cuba” y los de cualquier otra parte han experimentado circunstancias diferenciadoras. Y las personas responden mucho a sus circunstancias vitales. Afortunadamente cada persona es única. En todo caso es de su padre y de su madre.

Pero de nuevo con lo de Cuba: no debería olvidarse la influencia de la política estadounidense a la hora de distinguir cubanos de aquí, de allá y de acullá, a los que incluso se le tiene muy en cuenta con la famosa Ley Helms-Burton. Y no voy a meterme en esos jardines migratorios. El Departamento de Estado estadounidense bien que marca el nivel de cubanía que le viene mejor.

No me gusta impartir lecciones. Ni mucho menos dar consejos. En un mundo económicamente globalizado, en el que la tendencia es la fusión de fronteras, entretenerse en definir quién es más o menos cubano, y encima cubano de quién, (o chino, ruso o español),  resulta  una soberana memez.

Y vaya un pequeño apunte: la Transición española es un ejemplo de la manera de afrontar las diferencias políticas e ideológicas para ensamblar una sociedad sana en la que los ciudadanos se sientan libres dentro de un marco legal. Pero ojo, no fue un camino de rosas.

Sería deseable que el futuro de Cuba lo decidieran libremente los cubanos. Y la definición de nacionalidad debería ser la que dicte una Constitución aprobada por consulta popular. Mediante referendum.

Que la isla no vuelva a ser un abyecto protectorado de Estados Unidos.

Claro que eso no es muy políticamente correcto para decirlo en Miami ¿O no?.







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