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miércoles, 11 de enero de 2012

Celia Sánchez Manduley, presente en la memoria




Celia Sánchez Manduley en un acto político.
 La primera vez que vi a Celia Sánchez Manduley, fue con motivo de mi próxima participación en una campaña de recogida de café en las zonas montañosas de la isla.

Mi padre me lllevó al edificio que entonces era la sede del gobierno, un palacio emperifollado y extremadamente ridículo. Aquí voy a relatar cómo recuerdo el día que conocí a Celia.

Mi padre se ocupaba de la Secretaría del Consejo de Estado:su jefa era Celia, con quien desarrolló una cercana relación. Tenían en común el proceder de familias numerosas, el que su padre fuera de profesión médico y dentista y el proceder de familias de provincias, ella de Oriente, él de Camagüey.

Trabajar con Celia era un motivo de inmensa satisfacción para él. En su discreta posición de funcionario de absoluta confianza era felíz. Es algo que cualquier persona mínimamente decente aprecia. Creo que es un agradecimiento que compartían todos los miembros de mi familia. No soy imparcial al atreverme a recordar a Celia Sánchez Manduley.

Pero vuelvo a mi pequeña anécdota. Aquella tarde mi padre entró en un despacho que estaba separado del suyo por una puerta abierta. No obstante eso, antes de que yo pasara él le avisó a su jefa de mi presencia, y luego vino a buscarme. Mi padre cultivaba un trato exquisitamente respetuoso, por más que los tiempos "revolucionarios" no favorecían los buenos modales.

Celia Sánchez Manduley resultó ser una mujer menuda, delgada pero con excelente figura. Me sorprendió que vestía una falda ligeramente acampanada que con mucho acierto conseguía descubrir sus piernas bien torneadas. Llevaba una cadenita en una de ellas lo que resaltaba su buen aspecto. Calzaba ballerinas y de cierta manera se movía con gracia.

Celia me prestó toda la atención que una jovencita estudiante de secundaria muy curiosa y bastante cotilla aspira a recibir hasta de una personalidad política relevante.Enseguida se interesó por mi próxima aventura cafetalera. Quiso saber si ya tenía mochila, cantimplora y demás enseres "guerrilleros" imprescindibles. Estuvimos hablando muy a gusto, mientras ella se fumaba sus cigarrillos,con naturalidad, pero con elegancia:como las actrices de cine americano. La charla se extendió hasta que mi padre me hizo una leve seña como de que me multiplicara por cero.

Me despedí de Celia con un impropio besazo. Mi padre entró de nuevo a su despacho y yo me quedé pululando por aquel feo lugar que no tenía nada que ver con los guerrilleros de  la Sierra Maestra. El despacho de Celia tenía una mesa llena de papeles y tal vez algo parecido a un diván. El despacho de mi padre, que bien podía ser la continuación del de Celia, estaba amueblado con una mesa y, eso sí, había muchos archivadores. 

 Ahora que ha pasado tanto tiempo de esa primera vez, luego tendría la oportunidad de disfrutar de su cercanía en relación del trabajo de mi padre, creo, estoy convencida, de que parte del genuino encanto de la fuerte personalidad de Celia consistía en apreciar el trabajo de las personas, independientemente de si se trataba de un experto cirujano o de un zapatero remendón. Tenía la calidez humana necesaria para hacer que la gente se sintiera bien en su compañía. Odiaba los dimes y diretes. Con ella las cosas claras porque le preocupaban los detalles y que el  trabajo se hiciera lo mejor posible.

Fueron muy numerosas las empresas e iniciativas que promovió desde su posición extremadamente discreta y enemiga del culto a la personalidad. No era amiga de manuales de marxismo, pero sabía por instinto la mejor manera de agasajar a los mandatarios extranjeros, de resolver problemas al parecer insolubles. Era extraordinariamente sensible a las necesidades de la gente de la calle con las que mantenía un cercano vínculo.Y cuando estaba en sus manos deshacer algún entuerto lo hacía con absoluta discreción.



Collage con mi abuela, un bono de trabajo voluntario y el carnet de mi padre firmado por Celia Sánchez Manduley. Si a alguien le interesa tener su firma puede bajársela del documento. A Celia le agradaban las bromas. Y a mí me encantan.
 


Broma que le gastó Celia a mi padre: la caricatura se parece mucho a él, y los dichos eran frases que él ,usaba en su trabajo del despacho del Consejo de Estado.Ella como que se estaba riendo de él.
 

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