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lunes, 11 de enero de 2016

Celia, presente

Foto: Archivo
Mucho antes del triunfo de la Revolución su nombre había devenido leyenda en el país. Cuando aún no existía el Ejér­cito Rebelde, en plena tiranía batistiana, coloca en el busto del Apóstol del parque de Pilón un letrero con una sentencia martiana: “Solo hacen falta 30 hombres para levantar un pueblo”. Tiempo después, en los días del desembarco del Granma, se disfraza de embarazada y ante la amable invitación a tomar café de unos guardias que no la reconocen, con la mayor sangre fría se introduce en un cuartel, con el fin de obtener información valiosa para el Movimiento 26 de Julio.
Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley, hija del médico Manuel Sánchez Silveira y la manzanillera Aca­cia Manduley Alsina, nació en Media Luna, hoy provincia de Granma, el 9 de mayo de 1920. Creció en un hogar donde se veneraba a los próceres de la patria; su padre los llevaba a ella y sus hermanos a sitios históricos como San Lorenzo, Peralejo y Dos Ríos, los estimulaba a leer La Edad de Oro y los Versos Sencillos; cada vez que visitaban La Habana, iba con ellos a la Casa Natal del Apóstol y les convocaba a palpar el pasamanos: “Por ahí pasó su mano Martí”, les decía.
En 1940, cuando la familia se mudó para Pilón, el doctor Sánchez Silveira, en sus recorridos por la Sierra, llevaba a su prole a que conocieran de la miseria de esa otra Cuba y el por qué a esa clientela no solía cobrarles la consulta. Celia quedó impactada de la pobreza de los campesinos de la zona. Organizó verbenas, secundadas por gente generosa, para ayudar a las familias pobres, comprarles juguetes a los niños. Comprendió que la caridad no bastaba, era necesaria una solución política y se afilió a la Ortodoxia. Después del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, comprendió que entonces la única opción era la lucha armada.
A mediados de 1955, según testimonio escrito de la propia Celia, Manuel Echevarría, coordinador del Movimiento 26 de Julio en Manzanillo, la captó para la organización, en donde nunca tuvo cargos, aunque asumió tareas relevantes. Con su nombre de guerra, Norma, devino figura legendaria en los días de los preparativos de la expedición del Granma y del inicio de la lucha guerrillera en la Sierra Maestra. Por su labor en los constantes envíos de hombres y pertrechos, Raúl la calificó entonces “madrina oficial” del naciente Ejér­cito Rebelde.
Por aquellos días resultó detectada y detenida por el aparato represivo del régimen en una cafetería de Campechuela, en donde iba a contactar con otro combatiente. “Voy a comprar una caja de chicles”, dijo a sus captores. Años después ella relataría: “Cuando me levanté y fui a la vidrierita, prendí una carrera. Había una acera muy alta y allí mismo me tiré y empecé a correr”. La sorpresa paralizó a los guardias. Al reaccionar, trataron de atajarla y tiraron al aire pero Celia seguía corriendo como una gacela en peligro. Se internó en un solar lleno de maleza y marabú. “Me quedé tranquilita, para que no se moviera la hierba”. Al rato, cuando ya nadie la perseguía, siguió arrastrándose hasta la carretera. Con señas detuvo un auto, que resultó ser de un conocido que la llevó a una casa segura en Manzanillo.
Luego, pasó a ser integrante de la Columna 1, comandada por Fidel, y participó en combates, como en El Uvero, M-1 en ristre. Coincido con su biógrafo principal, Pedro Álvarez Tabío, cuando afirmaba: “tiene el mérito histórico de haber sido la primera mujer combatiente del Ejército Rebelde y de haberlo hecho bien”.

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