Pasaporte cubano vigente y habilitado. |
Salió otro oficial, y con cara de broma me preguntó: ¿Es un gato o un conejo?. Es gato y araña-respondí presta. El hombre sonrió.Se acercó un militar dotado de varias estrellas y soltó una sonora carcajada. Como que el problema no era suyo y le importaba un bledo.
El pasaporte circuló de mano en mano. Mientras,yo permanecía comodamente sentada en el suelo, observando los movimientos del personal. Al final, alguien decidió que, con gato o conejo, mi pasaporte era válido.
Una larga cola de viajeros, recién llegados en el vuelo de Air France, en el mismo en que yo había viajado, presenciaban intrigados los manejos inexplicables que los privaban de traspasar la frontera. Por lo menos una parte del tráfico normal de pasajeros se había paralizado.
Fuí a parar a un diminuto despacho. A diferencia del salón principal, por donde entran los viajeros, aquel cuchitril contaba con aire acondicionado. El guardia a cargo de los trámites, se las apañaba muy bien con un 486 y una impresora de los 80. Ignoraba el destino de mi pasaporte felino.
Estuvimos charlando hasta que llegaron dos guardias con caras de yo no fuí. Poco después subía al coche de alguien de los Guardafronteras. Al pasar el control saludé a la que verificaba los coches: "Agur segurosa". La oficial, falsamente enfadada, hizo detenerse el coche. ¿Qué dijistes, ¿comemierda?. No - respondí, le he dicho "segurosa", o es que Ud. no lo es.
Total que mientras discutíamos el asunto semántico, el guardia que conducía decidió que echáramos tierra al asunto. Pese a ser sólo las diez de la noche, fuera del sufrido coche había caído una noche del trópico densa y sofocante. Por la ausencia de iluminación, atravesábamos una carretera casi a oscuras.
Fuimos a parar a una mansión, el cuartel de la policía de fronteras. Allí me quité el cansancio de 14 horas entre vuelos y aeropuerto, practicando katás. En algún momento recuperé mi pasaporte con gato.
Poco después me embutía en un taxi años 40. Recibí una despedida calurosa. Hasta había prometido a uno de los guardas, que estaba más bueno que el pan, hacerle llegar una famosa "carta de invitación" (unos 100 euros), para que pudiera viajar a Spain.
El negocio no prosperó porque el hombre no tenía un duro partido por la mitad.
Cuando por fin llegué a casa de mi madre, el taxista empezó a refunfuñar. Creía que yo no le iba a pagar los CUC debidos. Entonces salieron en mi ayuda, Mercedes, adepta al Opus, y la perra de mi madre, Lindi, pese a que es más fea que el hambre. Al día siguiente era mi cumple. Hacía mucho tiempo que no me había reido tanto.
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