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viernes, 22 de febrero de 2013
Wellcome Kuba
miércoles, 20 de febrero de 2013
El arte de la fuga en Madrid
- "Me van a matar"- dice él, sin descubrir quién o
quiénes lo amenazan. Así que de momento
los posibles perpetradores quedan
a merced de mi florida imaginación. El triste trance ocurre entre tres días de
fiesta. Del viernes 26 de abril al primero de mayo, que cae lunes. Hoy es
jueves 25 de abril de 1986. Estamos en el Parque del Retiro.
Él es mi marido, el padre de mi única hija. Pero ahora
es sólo un tipo grande, tirando a ancho, con casi dos metros de envergadura,
que afirma que lo van a matar. Lo hace entre lágrimas negras (como mi viiida),
lagrimones discontinuos, acompañados de moqueo vacilante.
Tiene cincuenta años, muy viajados por Europa, Rusia soviética, y los dichosos
países del campo socialista. Con alguna que otra breve incursión por América Latina. Él ha tenido la oportunidad
de visitar países que yo imagino como un gran mural entre pop y Diego Rivera. Sueño
territorios plagados de curas justicieros, narcos, guerrilleros barbudos y
románticos, etarras montañeros, poetas diciochescos, quilapayunes, quenas,
soroches, chiles, cochayuyos, teólogos, tupamaros o putumayos, y otros especímenes
innombrables. Y no comprendo cómo soy capaz de recrearme en tan disparatada evocación americana. Me atenaza un problema real. Aquí y ahora.
Son las once de
la mañana, me digo. Tengo que pensar,
repito, mientras mis neuronas amenazan con estallar en constelaciones
dispersas. Porque, si pienso que tengo que pensar, ¿entonces qué hago en este instante?. Existo, sólo existo. Voy por ahí conmigo. Con
mi ADN a cuestas. Tal vez he dado
con la clave de la meditación
trascendental. Me pienso como materia pensante que se piensa. Semejante cacao
neuronal me sobrepasa. Decido moverme. No se me ocurre nada mejor que andar por
el parque.
- No vayas
lejos, advierte él con esa cara de
angustia que no termina por provocarme compasión. Respondo que está
bien, que se esté tranquilo, que no se preocupe, y me marcho cuanto antes.
Emprendo la décima vuelta en torno al estanque del
Parque del Buen Retiro. Miro las barcas,
y los paseantes con perros y niños. Ahí
está la señora andrajosa alimentando con migas a las palomas. Aves sanguinarias, y nada pacíficas. Reductos
de dinosaurios con buena imagen. Veo una
familia feliz arrastrando un cochecito. Estoy ante un dilema. Y lo mejor que se
me ocurre es consultar a una cartomántica.
- Chhheeé, que karma tenés- dice la adivina, y pide
dos mil por el ala. A ti te pasa algo muy fuerte ché. Vos estás cargada de
energía. Tenés un aura que espanta, añade ella muy docta. Negocio que por mil
quinientas haga una predicción energética más precisa. Acepta descubrirme el
arcano por mil quinientas pesetas en honor de la improbable afinidad
continental que nos debería unir.
Yo no soy de
ninguna parte, pienso. Paso de tambores, maracas, y bongoes, panderos,
castañuelas, o quenas autóctonas de cualquier sitio. Pero bueno, la cartomántica, cuya
especialidad es el tarot, pregunta que de que sabor quiero el mensaje del más
allá. Me entero que hay cuatro formas de echar las cartas. Es mi primera
experiencia adivinatoria.
-Tú sabrás- digo.
Ella manipula el mazo de cartas muy manoseado pero
bastante limpio. Lo corta y reparte en varias pilas, y dice que escoja, y descubra las cartas. Lo
hago, y a la vista de las figuras la argentina, porteña ella, se explaya en un
discurso digno de un congreso latinoamericano de cartománticas del altiplano.
Desde su cátedra mínima, cuenta la historia de una
mujer hermosa y tranquila que, dice ella,
abre con sus manos las fauces de un león.
- Sometiéndole a su poder- afirma mirándome fijo.
Explica la argentina que la mujer lleva un sombrero
con la forma del signo matemático del infinito. Asegura que semejante tocado
representa la fusión de lo mental con lo físico.
-Jolín, si que
voy fina con el infinito por montera. Así no se llega a ninguna parte en un
universo finito, temporal, de andar por
casa, como es el mío- pienso. Y desisto de continuar escuchando el tratado de
futurología porteña que se me ofrece por el mismo módico precio. Agradezco el
pronóstico reservado, que prevé nubes y claros. Pago, y me despido. La
futuróloga se me queda mirando con expresión profunda de argentina cartomántica del Parque del Retiro.
Recorro el paseo como un zombi haitiano. Que sólo la
acción confirma a la materia pensante. No es
de Groucho ni de Karl. Se me ha ocurrido a mí. A mí, que escribí una
tesis con más de cien inútiles páginas sobre la neurosecreción de una fútil
polilla de nombre Spodoptera frugiperda. La pobre S. frugiperda, que hace todo
lo que tiene que hacer en quince miserables días, y después muere. Casi siempre
entre movimientos con el abdomen, espasmódicos o lúbricos, según quién los mire.
Sigue, sigue, sigue, así, así, lo estas haciendo muy bien, muy bien, y arroja millones de huevos de los que saldrán
millones de nuevas S. frugiperdas, que harán lo mismo.
Pero qué S. frugiperda ni S. frugiperda. Quiero reflexionar. No me valen ni el realismo
mágico de García Márquez, ni la
Crítica de la
Razón Pura, ni el Discurso del Método. Doy otra vuelta
alrededor del estanque y regreso al banco de piedra donde reposa él. Por
fortuna se le han secado las lágrimas.
Ahora tiene cara de cansancio, y propone que vayamos
a tomar algo en el chiringuito de la otra parte. Respondo que está bien. Y me
entretengo en contemplar como se deslizan las barcas por el estanque. Como si
fuera domingo. Cuando uno sale a pasear, y apenas nota como pasa el tiempo
hasta que se da cuenta de que ya es hora
de comer. Entonces pliegas el periódico, recoges los suplementos, el horóscopo,
el cuadernillo infantil, y tiras el anuncio del banco Hispano en una papelera
municipal.
Cuán confusa, aturdida y transververada, estoy
(Ayúdame Teresa, querida). Que no recuerdo ni quien soy, ni cómo me llamo. Pero
entonces ocurre algo anormal. Descubro todos los colores del arco iris en esa
luz cegadora que desdibuja su cara. Cada trozo de imagen se aleja como una
galaxia en busca de su gran atractor. Escucho una detonación, y luego un gran
estruendo. Lo seguiré oyendo una y otra vez.
Los peligros de la comida basura en USA
La primera vez que como adulta viajé a Estados Unidos, me llamaron mucho la atención dos cosas: lo desmesurado de los espacios comerciales (Mall of America en Minneapolis) y la gran cantidad de personas, de todas las edades, muy gordas (o para decirlo en el meta lenguaje correcto:
"la significativa presencia de casos de sobrepeso u obesidad". Uno de los factores que al parecer contribuye a la alta incidencia de obesos es la costumbre arraigada y casi típica de consumir comida basura (junk). La comida basura prima la presencia de sal, azúcar, emulgentes y grasas saturadas. No es que vayan directo a la formación de michelines. Lo primero que hacen es enganchar firmemente al cerebro (entre otras zonas el hipotálamo). La mayoría de las chuches grasientas disparan una satisfacción violenta que finalmente crea adicción. La sal (Na) es un componente básico de nuestro cuerpo. El equilibrio Na-K (sodio-potasio) nos mantiene vivos. Si a todo lo dicho añadimos su textura crujiente, sus colores "guay" y los vistosos envases no hay mucho más que hablar: uno necesita repetir una y otra vez la ingesta. Con los refrescos priman los azúcares. Y van directo al cerebro (que contiene mucha agua). Las burbujas son gratificantes. Pero la industria está muy preocupada ya que las consecuencias de la obesidad repercuten en la salud pública. Es decir en el bolsillo de los contribuyentes.
"On the evening of April 8, 1999, a long line of Town Cars and taxis pulled up to the Minneapolis headquarters of Pillsbury and discharged 11 men who controlled America’s largest food companies. Nestlé was in attendance, as were Kraft and Nabisco, General Mills and Procter & Gamble, Coca-Cola and Mars. Rivals any other day, the C.E.O.’s and company presidents had come together for a rare, private meeting. On the agenda was one item: the emerging obesity epidemic and how to deal with it. While the atmosphere was cordial, the men assembled were hardly friends. Their nature was defined by their skill in fighting one another for what they called “stomach share” — the amount of digestive space that any one company’s brand can grab from the competition. embasee
The discussion took place in Pillsbury’s auditorium. The first speaker
was a vice president of Kraft named Michael Mudd. “I very much
appreciate this opportunity to talk to you about childhood obesity and
the growing challenge it presents for us all,” Mudd began. “Let me say
right at the start, this is not an easy subject. There are no easy
answers — for what the public health community must do to bring this
problem under control or for what the industry should do as others seek
to hold it accountable for what has happened. But this much is clear:
For those of us who’ve looked hard at this issue, whether they’re public
health professionals or staff specialists in your own companies, we
feel sure that the one thing we shouldn’t do is nothing.”
This article is adapted from “Salt Sugar Fat: How the Food Giants Hooked Us,” which will be published by Random House this month.
Michael Moss is an investigative reporter for The Times. He won a Pulitzer Prize in 2010 for his reporting on the meat industry.
Editor: Joel Lovell
A version of this article appeared in print on February 24, 2013, on page MM34 of the Sunday Magazine with the headline: Salt + Fat 2 Satisfying Crunch.
"la significativa presencia de casos de sobrepeso u obesidad". Uno de los factores que al parecer contribuye a la alta incidencia de obesos es la costumbre arraigada y casi típica de consumir comida basura (junk). La comida basura prima la presencia de sal, azúcar, emulgentes y grasas saturadas. No es que vayan directo a la formación de michelines. Lo primero que hacen es enganchar firmemente al cerebro (entre otras zonas el hipotálamo). La mayoría de las chuches grasientas disparan una satisfacción violenta que finalmente crea adicción. La sal (Na) es un componente básico de nuestro cuerpo. El equilibrio Na-K (sodio-potasio) nos mantiene vivos. Si a todo lo dicho añadimos su textura crujiente, sus colores "guay" y los vistosos envases no hay mucho más que hablar: uno necesita repetir una y otra vez la ingesta. Con los refrescos priman los azúcares. Y van directo al cerebro (que contiene mucha agua). Las burbujas son gratificantes. Pero la industria está muy preocupada ya que las consecuencias de la obesidad repercuten en la salud pública. Es decir en el bolsillo de los contribuyentes.
"On the evening of April 8, 1999, a long line of Town Cars and taxis pulled up to the Minneapolis headquarters of Pillsbury and discharged 11 men who controlled America’s largest food companies. Nestlé was in attendance, as were Kraft and Nabisco, General Mills and Procter & Gamble, Coca-Cola and Mars. Rivals any other day, the C.E.O.’s and company presidents had come together for a rare, private meeting. On the agenda was one item: the emerging obesity epidemic and how to deal with it. While the atmosphere was cordial, the men assembled were hardly friends. Their nature was defined by their skill in fighting one another for what they called “stomach share” — the amount of digestive space that any one company’s brand can grab from the competition. embasee
Grant Cornett for The New York Times
James Behnke, a 55-year-old executive at Pillsbury, greeted the men as
they arrived. He was anxious but also hopeful about the plan that he and
a few other food-company executives had devised to engage the C.E.O.’s
on America’s growing weight problem. “We were very concerned, and
rightfully so, that obesity was becoming a major issue,” Behnke
recalled. “People were starting to talk about sugar taxes, and there was
a lot of pressure on food companies.” Getting the company chiefs in the
same room to talk about anything, much less a sensitive issue like
this, was a tricky business, so Behnke and his fellow organizers had
scripted the meeting carefully, honing the message to its barest
essentials. “C.E.O.’s in the food industry are typically not technical
guys, and they’re uncomfortable going to meetings where technical people
talk in technical terms about technical things,” Behnke said. “They
don’t want to be embarrassed. They don’t want to make commitments. They
want to maintain their aloofness and autonomy.”
A chemist by training with a doctoral degree in food science, Behnke
became Pillsbury’s chief technical officer in 1979 and was instrumental
in creating a long line of hit products, including microwaveable
popcorn. He deeply admired Pillsbury but in recent years had grown
troubled by pictures of obese children suffering from diabetes and the
earliest signs of hypertension and heart disease. In the months leading
up to the C.E.O. meeting, he was engaged in conversation with a group of
food-science experts who were painting an increasingly grim picture of
the public’s ability to cope with the industry’s formulations — from the
body’s fragile controls on overeating to the hidden power of some
processed foods to make people feel hungrier still. It was time, he and a
handful of others felt, to warn the C.E.O.’s that their companies may
have gone too far in creating and marketing products that posed the
greatest health concerns.
As he spoke, Mudd clicked through a deck of slides — 114 in all —
projected on a large screen behind him. The figures were staggering.
More than half of American adults were now considered overweight, with
nearly one-quarter of the adult population — 40 million people —
clinically defined as obese. Among children, the rates had more than
doubled since 1980, and the number of kids considered obese had shot
past 12 million. (This was still only 1999; the nation’s obesity rates
would climb much higher.) Food manufacturers were now being blamed for
the problem from all sides — academia, the Centers for Disease Control
and Prevention, the American Heart Association and the American Cancer
Society. The secretary of agriculture, over whom the industry had long
held sway, had recently called obesity a “national epidemic.”
This article is adapted from “Salt Sugar Fat: How the Food Giants Hooked Us,” which will be published by Random House this month.
Michael Moss is an investigative reporter for The Times. He won a Pulitzer Prize in 2010 for his reporting on the meat industry.
Editor: Joel Lovell
martes, 19 de febrero de 2013
Ciberchinos al ataque
El 25/10/2011 publiqué un artículo del analista ruso Boris Volkhonsky. El autor analizaba un presunto ciberataque a Libia. Lo titulé “Las ciberguerras que vienen”. Y el corto tiempo transcurrido nos ha dado la razón. La información ahora ha saltado a todas las primeras páginas del mundo. El asunto es, dicho pronto y claro, que según la empresa de seguridad informática (y de otros sectores) “Mandiant”, numerosas empresas estadounidenses han sido espiadas por un equipo (que supongo minucioso, capaz y paciente) de ciberpiratas chinos. Como en las buenas pelis los de Mandiant han ubicado el sitio del que partió el múltiple ataque: un edificio de 12 plantas entre las calles Tonggang y Datog en la capital China, donde tiene su sede la unidad 61389 del Ejército Popular. Los chinos se mostraron interesados por las intimidades de empresas como la emblemática CocaCola, y claro, servicios estratégicos como suministro de gas, agua y redes eléctricas (y posiblemente centrales nucleares y aeropuertos.
El presidente Obama, que al parecer no leyó el artículo de Volkhonsky en su día, ahora sí se ha dado por enterado y ha puesto en estado de máxima alerta a todo el aparato de seguridad.
Los representantes diplomáticos chinos destacados en Estados Unidos, no se dan por aludidos: “Mi-no-savel-na”. (Con datos del NYT).
lunes, 18 de febrero de 2013
¿Desnudos o vestidos?
Google Moves to Destroy Online Anonymity ... Unintentionally Helping Authoritarian Governments
By Global Research News and Washington's Blog
Aquí les presento un articulillo que posiblemente meta el dedo en el ojo de muchos mandamases. Tiene que ver con el derecho (o no ) de permanecer anónimos cuando publicamos en la red. Yo personalmente prefiero (casi) siempre dar la cara. Y eso me obliga a una cierta autocensura. Llamémoslo a seguir un código de buena conducta o manual de estilo. Pero opino que quienes quieran permanecer en la oscuridad deberían poder hacerlo sin que se les moleste. La literatura satírica, las bromas, la ironía, y sí, la burla más descarnada, están mejor bajo pseudónimo. Veremos que opinan ustedes.
Url of this article:
http://www.globalresearch.ca/google-moves-to-destroy-online-anonymity-unintentionally-helping-authoritarian-governments/5322542
Governments Move to Destroy Online Anonymity
Some of the world’s leading social critics and political critics have used pen names.
As Tyler Durden of Zero Hedge points out (edited slightly for readability):
Though often maligned (typically by those frustrated by an inability to engage in ad hominem attacks), anonymous speech has a long and storied history in the United States. Used by the likes of Mark Twain (aka Samuel Langhorne Clemens) to criticize common ignorance, and perhaps most famously by Alexander Hamilton, James Madison and John Jay (aka publius) to write the Federalist Papers, we think ourselves in good company in using one or another nom de plume.
Particularly in light of an emerging trend against vocalizing public dissent in the United States, we believe in the critical importance of anonymity and its role in dissident speech.
Like the Economist magazine, we also believe that keeping authorship anonymous moves the focus of discussion to the content of speech and away from the speaker – as it should be. We believe not only that you should be comfortable with anonymous speech in such an environment, but that you should be suspicious of any speech that isn’t.
But governments – especially authoritarian governments – hate anonymity.
A soon-to-be-released book by Google executive Eric Schmidt - called “The New Digital Age” – describes the desire of authoritarian governments to destroy anonymity. The Wall Street Journal provides an excerpt:
Some governments will consider it too risky to have thousands of anonymous, untraceable and unverified citizens — “hidden people”; they’ll want to know who is associated with each online account, and will require verification at a state level, in order to exert control over the virtual world.
Last December, China started requiring all web users to register using their real names.
But the U.S. is quickly moving in the same direction. As Gene Howington reported last year:
Do you have a right to anonymous political free speech?
According to the Supreme Court, you do. According to the Department of Homeland Security, you don’t. They’ve hired General Dynamics to track U.S. citizens exercising this critical civil right.
The history of anonymous political free speech in America dates back to our founding. The seminal essays found in “The Federalist Papers” were written by Alexander Hamilton, James Madison and John Jay under the nom de plume of “Publius” although this was not confirmed until a list of authorship complied by Hamilton was posthumously released to the public.
By Global Research News and Washington's Blog
Aquí les presento un articulillo que posiblemente meta el dedo en el ojo de muchos mandamases. Tiene que ver con el derecho (o no ) de permanecer anónimos cuando publicamos en la red. Yo personalmente prefiero (casi) siempre dar la cara. Y eso me obliga a una cierta autocensura. Llamémoslo a seguir un código de buena conducta o manual de estilo. Pero opino que quienes quieran permanecer en la oscuridad deberían poder hacerlo sin que se les moleste. La literatura satírica, las bromas, la ironía, y sí, la burla más descarnada, están mejor bajo pseudónimo. Veremos que opinan ustedes.
Url of this article:
http://www.globalresearch.ca/google-moves-to-destroy-online-anonymity-unintentionally-helping-authoritarian-governments/5322542
Governments Move to Destroy Online Anonymity
Some of the world’s leading social critics and political critics have used pen names.
As Tyler Durden of Zero Hedge points out (edited slightly for readability):
Though often maligned (typically by those frustrated by an inability to engage in ad hominem attacks), anonymous speech has a long and storied history in the United States. Used by the likes of Mark Twain (aka Samuel Langhorne Clemens) to criticize common ignorance, and perhaps most famously by Alexander Hamilton, James Madison and John Jay (aka publius) to write the Federalist Papers, we think ourselves in good company in using one or another nom de plume.
Particularly in light of an emerging trend against vocalizing public dissent in the United States, we believe in the critical importance of anonymity and its role in dissident speech.
Like the Economist magazine, we also believe that keeping authorship anonymous moves the focus of discussion to the content of speech and away from the speaker – as it should be. We believe not only that you should be comfortable with anonymous speech in such an environment, but that you should be suspicious of any speech that isn’t.
But governments – especially authoritarian governments – hate anonymity.
A soon-to-be-released book by Google executive Eric Schmidt - called “The New Digital Age” – describes the desire of authoritarian governments to destroy anonymity. The Wall Street Journal provides an excerpt:
Some governments will consider it too risky to have thousands of anonymous, untraceable and unverified citizens — “hidden people”; they’ll want to know who is associated with each online account, and will require verification at a state level, in order to exert control over the virtual world.
Last December, China started requiring all web users to register using their real names.
But the U.S. is quickly moving in the same direction. As Gene Howington reported last year:
Do you have a right to anonymous political free speech?
According to the Supreme Court, you do. According to the Department of Homeland Security, you don’t. They’ve hired General Dynamics to track U.S. citizens exercising this critical civil right.
The history of anonymous political free speech in America dates back to our founding. The seminal essays found in “The Federalist Papers” were written by Alexander Hamilton, James Madison and John Jay under the nom de plume of “Publius” although this was not confirmed until a list of authorship complied by Hamilton was posthumously released to the public.
Diego y sus correos calientes
Que quieren que les diga amigos y amigas de otros países que miran hacia España un poco azorados. Es lo que hay: "el jefe" para unos "quien tu ya sabes", y directamente "SM". Eso es lo que nos toca tragar a los españoles. Y desde luego, resulta una puñalada trapera a la democracia. Un vara palo a la justicia. ¿Lo sabía? ¿No lo sabía?. Todo el asunto es un chanchullo de vergüenza. ¿Y la señorial Señora?. Mejor ni menearlo...... |
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