Ahogados en el marasmo de información veraniega que conviente los bikinis de algunas egregias señoras en material imprescindible y goloso, el destino y situación de la central japonesa de Fukushima queda en el olvido. Pero hay mucho que decir.
Hay entre 2 .000 a 3. 000 trabajadores, que yo no dudaría en calificar de heróicos, dedicados a recoger la basura caliente, dispersada de manera aleatoria.
La limpieza de los residuos radioactivos puede llegar a ser letal. O a provocar enfermedades graves a largo plazo. Incluso en los hijos de los afectados.
Los equipos interdisciplinarios están haciendo encajes de bolillos, (vaya comparación) para estabilizar el reactor 1.
Cuando se habla de estabilizar un reactor se trata de que la energía no se desmadre y el ingenio explote al alcanzar un punto en el que no hay vuelta atrás.
En marzo la temperatura del reactor 1 superaba los 400 grados centígrados. Ultimamente va por 90. El 2 y el 3 andan en torno a 100, lo que no es mala noticia pero tampoco es para conformarse.
Toda el agua que circula por las instalaciones, y va a parar al mar resulta un serio ataque a la cadena alimentaria cuyos efectos no se conocerán hasta pasado mucho tiempo. Pero no hay remedio posible: se trata de enfriar los reactores y el agua raioactiva y caliente tiene que ir a algua parte.
Fukushima es un grave peligro por la contaminación con cesio -137. Su entidad es comparable a la del accidente de Tchernobil. El área de exclusión debería ser equivalente a la del reactor ruso. Y también la ingeniería nuclear debería aprender la lección.