“Me llamo Ana
Rosa Goicochea Agüero. Nací el 8 de enero de 1920, en la ciudad de Camagüey,
Cuba, en la calle Popular (Ramón Virgilio Guerrero e/ San Esteban y Lope
Recio). Mis padres fueron Eustoquio Goicochea González y Alina Agüero Veloz.
Fidelia González
Ávila, madre de Estoquio Goicochea. Abuela de Ana Goicochea, con 42 años.
Eustoquio
Goicochea cuando se prometió con Alina Agüero.
De extracción
social burguesa. Mi padre prosperó en el negocio farmacéutico, fundó “Compañía Farmacia Goico”. Estudié en
escuelas privadas religiosas en la provincia de Camagüey y más tarde en Estados
Unidos. Estuve en un internado católico en Macon, Georgia, donde cursé estudios
hasta el completar el bachillerato. Era una escuela elitista en el sur de los
Estados Unidos. Toda la enseñanza era en inglés y las normas estrictas.
En 1944
contraje matrimonio con César Homero Quevedo Peralta, abogado y notario.
Proveniente de una familia numerosa y muy querida en la ciudad donde vivíamos.
Su padre, mi suegro, don Pedro Manuel Quevedo de Viodo, (12 de abril de 1874 -
noviembre de 1950) era médico cirujano. Su madre se llamaba María de los
Dolores Asunción Peralta Ferrer, pero todos la llamaban doña Lola. Había
ejercido de maestra rural en Santa Cruz del Sur (Camagüey), un pueblo pobre de
la costa de la isla, antes de casarse en la parroquia del Santo Cristo del Buen
Viaje, el 13 de noviembre de 1927.
A los tres
años de estar casada nació mi única hija, Alina Quevedo Goicochea. Mi posición
económica siempre fue desahogada. Era religiosa: católica practicante.
César Quevedo
y Ana Rosa Goicochea (1944) en la casa de la calle Popular el día de su
matrimonio civil.
Era miembro
de la Acción Católica y tenía mucha afinidad con el carisma de los padres
jesuitas. Al establecer relaciones con el que ha sido mi compañero y amor de
siempre, empecé a desarrollar ciertas
inquietudes sociales y políticas que luego, ante su ejemplo,
desembocaron en una participación en la lucha activa contra el régimen de
Batista.
Nunca ejercí
el voto en ninguna de las elecciones de aquella República de Cuba. Recuerdo
que, aunque el hombre que luego fue mi esposo era entonces miembro activo del
Partido Ortodoxo Auténtico, cuando tocaba votar yo acostumbraba a inutilizar la
papeleta.
Repudiaba profundamente el estado de cosas del país, la politiquería
flagrante y, aunque sin consciencia
política alguna, íntimamente buscaba algo o alguien en quien confiar para
cambiar la penosa situación cubana de entonces. Simpatizaba con Eduardo Chivás a quien conocí personalmente por mediación de
mi marido. Era un político procedente de la alta burguesía pero no corrupto.
Terminó suicidándose cuando no tuvo las pruebas para acusar de robo continuado
a un ministro.
En 1952, meses después del golpe de Estado de Batista, la situación de
nuestra familia cambió radicalmente. Mi marido, que hasta ese momento era
abogado del retiro azucarero, es decir, de la caja de ahorros de los
trabajadores de la principal industria del país, fue fulminantemente cesado.
Salió como habia entrado: con las manos limpias y sin haber multiplicado su
patrimonio y bienes. Los trabajadores hicieron una colecta y le regalaron una
estilográfica “Parker” de oro, que luego mi hija se encargó de utilizar para
dibujar monigotes y practicar caligrafía. Se había convertido en un desempleado
bajo sospecha y mal visto por el régimen.Y no tenía ingresos.
Poco a poco comenzaron a reunirse en nuestra casa un grupo de opositores al
régimen de Batista, todos vecinos de la ciudad de Camagüey. Recuerdo que en una
de esas tempranas citas participó el hermano de Mario Aróstegui, un dirigente
obrero del sector ferroviario cuyo cadaver torturado había aparecido bajo un
puente de Camagüey. Su asesinato, se supo sin lugar a dudas, era obra de los
sicarios uniformados de Batista, quienes hasta le colocaron los restos de una
bomba bajo el brazo.
Sí, eso era lo que ocurría en Cuba. Era a lo que nos enfrentábamos. Y así
fue como, más o menos, empecé a involucrarme en una lucha que sospechábamos
sería larga, frontal, y en la que no cabía flaquear. Una guerra que duraría
hasta el primero de enero de 1959.
La casa de mi marido y mía se convirtió en lugar de encuentro y muchas
veces de acogida para los compañeros y compañeras implicados en actividades
conspirativas contra Batista. A las reuniones asistían, que yo recuerde,
Alberto García, que vivía en San José entre República y San Ramón, Manuel J.
Lefrén, muy conocido revolucionario. Creo que hoy (década de los sesenta) es
funcionario de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) en Camagüey, el
doctor Rodolfo Marrero, y otros no menos valiosos pero que ahora se me escapan
de la mente.
De izquierda a derecha: Ana Rosa Agüero, César Quevedo con su hija, Ana
Rosa Goicochea y la tata uniformada.
El 26 de julio de 1953, fecha del asalto al cuartel Moncada, la segunda
fortaleza militar del país, organizada por Fidel, mi marido y yo nos
encontrábamos fuera de la capital provincial, en el pueblo costero de Santa
Cruz del Sur. La situación de ambos era mala, es decir, peligrosa y encima yo
estaba embarazada. De paso diré que a resultas de todos los trágicos
acontecimientos que tanto me afectaban y ya de regreso a la ciudad de Camagüey
para entrar en contacto urgente con los compañeros, perdí, con enorme pena, mi
estado gestante. Mi hija, que ya sabía que iba ha terer un hermanito, se quedó
muy desilusionada. Todavía no había hecho la Primera Comunión pero rezaba por
que el hermanito llegara.
Como he dicho antes, inicio mi actividad revolucionaria en Camagüey en
1952. Al principio colaboré con el Movimiento Estudiantil Directorio
Revolucionario (13/DR) una organización vinculada al mundo estudiantil
universitario y profesional. En mi casa se realizaban reuniones. Yo por mi
parte, distribuía propaganda e intentaba ganar simpatizantes y recabar fondos,
para la organización. Recuerdo que compraba y vendía bonos “revolucionarios”.
El hecho que mi padre tuviera negocios de farmacia, facilitó mucho las cosas.
Medicinas no iban a faltar para quienes las necesitaran.
Luego me incorporé de manera al Movimiento 26 de julio (M-26-7) dirigido
por Fidel, a través del entonces dirigente sindical del sector bancario Alfredo
Álvarez Mola. Alfredo pasó a ser mi jefe dentro de la organización clandestina,
pero llegó un momento en que tuvo que esconderse. Fue a varios sitios, hasta
que recaló en nuestra casa mientras se preparaba su salida hacia la Sierra.
Todos los de la casa entramos en una especie de estado de alerta de
combate. Las personas del servicio doméstico, que eran como de la familia,
colaboraron sin fisuras. Había que vigilar constantemente la presencia de
posibles confidentes rondando la casa, o coches raros dando vueltas. Mientras,
Alfredo permanecía en el lavadero de mi casa, que era cómodo y bien protegido,
y que estaba en la parte posterior por donde en caso de necesidad podía salir a
los garajes y de allí el plan contemplaba huir a lo que ya casi se convertía en
monte. Pero no iba a ser fácil.
Alfredo ya que estaba muy “quemado” y según las orientaciones del Movimiento,
debía incorporarse cuanto antes a la Sierra. Con el serio inconveniente de
encontrarse en un territorio de sabanas y extensos llanos. Sin otro posible
refugio que un modesto macizo de lomas en el que no hubo acciones guerrilleras.
Desgraciadamente nunca llegó a combatir en la Sierra ni a vestír el
uniforme guerrillero verde oliva. Abandonó nuestra casa disfrazado de pobre de
solemnidad. Con el aspecto que tenían muchos campesinos cubanos entonces. Iba
convertido en un guajiro andrajoso aquel hombre que en su posición en el banco
parecía un elegante artista de cine. Así logró burlar la policía, que pululaba
por todas partes y pagaba chivatos. Al menos logró salir vivo de la ciudad.
Pero ya en el campo, en un potrero situado todavía dentro de la provincia de
Camagüey, una patrulla de las tropas de Batista le dió el alto y sin esperar a
que se identificara le dispararon por la espalda. No se molestaron demasiado:
mal enterraron su cadaver.
Sus asesinos no llegaron a hacer méritos: ignoraban que habían matado a un
importante dirigente del 26 de julio provincial. Así devino en Mártir de la
Revolución un combatiente de la clandestinidad que por su preparación, era
gestor en una sucursal de un banco canadiense y dominaba varios idiomas,
hubiera sido muy útil al triunfo de la Revolución. Alfredo tenía una sólida
formación filosófica. Había leído literatura marxista leninista, aunque no
militaba en el Partido Comunista de Cuba (pro soviético) que no estaba por la
lucha armada.
Fotografía de Alfredo Álvarez Mola cuando dirigía un grupo clandestino.
En apretada síntesis, como resultado de mis actividades revolucionarias, en
esos días fui interrogada en dos ocasiones por el entonces jefe de la policía
de Batista en Camagüey, un sujeto con, al parecer, bien ganada fama de matón,
apellidado Triana Calvet. Nuestra casa fue registrada por sus efectivos y
menudearon las amenazas contra todos los miembros de la familia, sin excluir ni
a mi pequeña hija, por cuya salud se interesó uno de ellos.
Como medida precautoria decidimos ponerla medio pensionista en las
Teresianas. Iba a la escuela en el autobús privado del colegio y la recogía el
chófer de mi padre, que primero se hubiera dejado matar antes de que le tocaran
un pelo a “la niña”. La situación en que vivíamos no eran ajenas a mi hija a
pesar de su corta edad. Le fastidiaba pasarse en la escuela desde las ocho y
media de la mañana hasta bien entrada la tarde. Hacer los deberes bajo la
vigilancia de una monja.
Pero ocurrió algo imprevisto: en esa escuela de la madres Teresianas que
era la más exclusiva de la provincia, se encontraba en régimen de internado
Dolores Conde Ruz. Prima hermana de Fidel por parte de madre. Lolita era mayor
que mi hija pero entre las dos alumnas se estableció una complicidad inmediata.
Mi hija se enteró de la vida y milagros de Fidel, Raúl y el resto de la familia
Castro Ruz con seis años era una decidida fidelista. Así que resulta que yo
quería poner cierta distancia con lo que vivíamos y ella se daba cuenta de el
acoso de la policía que nos amenazaba. Supongo que si no pasaron a mayores con
la familia fue por mor de nuestra posición social y por las protestas del
Colegio de Abogados.
En un momento dado la persecución policial a mi marido se hizo encarnizada.
Sufría frecuentes detenciones y no faltaron
actos intimidatorios, como un simulacro de fusilamiento, en medio de una
carretera de madrugada. O un interrogatorio en la azotea de la comisaría. El
jefe de la policía se la tenía jurada. Se produjo un suceso lamentable en el
bar de un club social privado del que el tal Triana no era miembro. Pero hacía
valer sus galones: entraba y encima bebía gratis. Allí se encontraba mi marido
que no se retiró como tal vez debía haber hecho, pero tampoco incurrió en
provocaciones inútiles. El tal Triana, ya muy borracho se le aproximó en plan
de falsa amistad instándole a que brindara con él. A lo que mi marido se negó
en redondo. La cosa no fue a más pero la furia del policía, que de una u otra
manera estaba fuera de lugar, fue enorme.
Todo se estaba precipitando para peor y siguiendo las directivas de la
organización clandestina provincial, mi marido hubo de abandonar el país
provisto un pasaporte falso en el que aparecía con su segundo nombre como
nombre de guerra. La verdad es que tenía un nombre de pila digno de Cien Años
de Soledad o de un infante de España: César Homero Atanacio del Corazón de
María Quevedo de Peralta. Sus íntimos lo llamaban Homero y los que no lo eran
pues doctor Quevedo, por el título académico. En el pasaporte muy falso o medio
verdadero figuraba como Atanacio de Peralta. Logró llegar a La Habana, donde su
hermana Georgina, también abogada, lo escondió en su casa de Miramar. Protegido
por el cónsul de Costa Rica, dejó Cuba en dirección a San José, capital del
país centroamericano.
Yo permanecí en Camagüey colaborando en distintas misiones. Se me encargó
el transporte y la custodia de armas y explosivos dentro del llamado grupo de
“accción y sabotaje” del Movimiento. También operé como enlace entre los
compañeros del exilio en Estados Unidos y los grupos clandestinos activos en
Cuba.
Recuerdo un viaje a Miami, donde se había trasladado desde Costa Rica mi
marido por orientaciones del Movimiento. Por cierto: nunca obtuvo el estatuto
de asilado o refugiado. No se le permitía abandonar el Condado Dade, bajo la
amenaza de extraditarlo. No tenía permiso de trabajo. No era un exilio dorado.
Un apestado.
Ese verano llevé a mi hija conmigo porque tal y como estaba la situación en
la isla, estuve valorando que pasara a estudiar en un colegio en Estados
Unidos. Entonces participé junto con mi marido en todas las reuniones y
mítines. Mi hija vendía el periódico “Sierra Maestra” en las calles. Conoció a
varios dirigentes revolucionarios.
Vivíamos en un apartamento minúsculo.De lo más sencillo que se podía
conseguir en Miami Beach. Ni siquiera había una habitación. La niña dormía en
un sofá cama en el salón, si es que se le podía llamar así. Y nosotros en otro
espacio, separados por una cortina de tela. Mi padre con su generosidad sin
límites nos permitía hacer lo que más queríamos. Pero nunca abusamos. Hubiera
sido un insulto a él y a los que estaban jugándose la vida en la Sierra y en la
clandestinidad.
Cuando terminaron esas “vacaciones de verano” regresé a Cuba. Llevaba
documentación y cartas para las familias de los exiliados. Recuerdo que visité
a la madre del Comandante Faure Chomón. Mi hija entró en el aeropuerto
provincial con un enorme peluche rojo, un perro sonriente que llamaba mucho la
atención y causaba risas. Iba atiborrado de propaganda. Con el periódico
“Sierra Maestra”.
A partir de ese momento me ocupaba de enviar dinero, alimentos y medicinas
a la Sierra. Y de cumplir con lo que se me asignara.
Al triunfo de la Revolución mi modesta contribución fue reconocida con el
otorgamiento de la medalla “Combatiente de la Clandestinidad”.
Al triunfo de la Revolucion, en 1960 fuí miembro fundadora del Comité de
Defensa de la Revolución número 1, “Comandante Paco Cabrera”. Posteriormente se
estableción en nuestra casa en la calle 38 nº 102, apto. 12 esquina a Ave.
Primera, en Miramar, el Comité Reynaldo León Lleras. Desde ese momento
participo en todas las actividades de entonces: guardias, movilizaciones, actos
de calle.
Página del periódico “Sierra Maestra”, que se editaba fuera de Cuba y se
distribuía en Estados Unidos y América Latina. Era el periódico oficial del
M-26.7 y se vendía para recabar fondos. Aparece una foto de Fidel. Había una
foto muy simpática de Raúl viéndo la televisión y escuchando que dan la noticia
de su muerte abatido por el ejército. Raúl aparece sonriente.