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viernes, 15 de enero de 2016

Casaldáliga : guerrillero de Jesús





Río de Janeiro, 14 ene (EFE).- El obispo español Pedro Casaldáliga, de 87 años y que ha sido la voz de los pobres, los indios y los sin tierra en la Amazonía brasileña, afirmó hoy que su estado de salud ya no le permite pensar en volver a Europa.
"Mi sueño al jubilarme era ir a África, para estar en oración y solidaridad con los hermanos de aquel continente marginado. La salud, sin embargo, ya no secunda mi sueño y no quiero dar trabajo a nadie. A Europa no vuelvo. Me quedo en el Tercer Mundo", dijo el obispo emérito de la amazónica Sao Félix do Araguia en un mensaje en su cuenta de la red social Twitter.
El obispo español sufre de Parkinson desde hace varios años.
El religioso catalán, está radicado en Brasil desde 1968.

jueves, 14 de enero de 2016

Bolivia rumbo al mar

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 Si todo sale bien, Alemania se hará con el macro  proyecto que permitirá a Bolivia tener un puerto.
España debería pujar por llevárselo pero la casta hispana ha ninguneado tanto a Evo, han practicado tantas expulsiones
injustificadas de bolivianos decentes, lo sé de primera mano, en Barajas.
Si el asunto prospera propongo llamarla "Ruta bioceánica Che Guevara". Pueden leer la noticia en "Russia Today" o en "Bild".

miércoles, 13 de enero de 2016

Cuba en guagua


"Nosotro(a)s y las guaguas establecemos esa extraña co­nexión de los amores difíciles: “contigo porque me matas, sin ti porque me muero”. Las vemos acercarse y nos invade una alegría imposible de maquillar. Justo delante de ellas, un gentil hombre desconocido hace gala de ese componente genético blindado con buenas dosis de solidaridad “a la cubana”, y grita a todo lo que le alcanza su voz: “caballero, caminen, queda gente allá abajo”. Y comenzamos a dudar de nuestra prematura y espontánea felicidad. “Ni contigo ni sin ti”.
Pero digamos que es mejor con ellas. Partamos de esa tesis porque, en definitiva —aceptémoslo de una buena vez y pequemos de absolutos— a pesar de todos los dolores de cabeza, los problemas auditivos generados por los “responsables de sonido”, los dolores en las articulaciones y la vejez precoz que nos hacen padecer, ¿qué sería de nosotros sin ellas? Como suele decir mi madre, veamos, por hoy, las caras positivas del asunto.
Ante todo, siempre es un buen comienzo el “ejercicio matutino” que nos regala el chofer al hacernos correr tras ellas, una cuadra antes, una después. Lo que desconoce él es que la tarea impuesta ayuda a abonar el terreno para lo que viene después. Una vez dentro, terminamos la “sesión de gimnasia” con las acrobacias para sostenernos —sobre todo en el caso de los más pequeños—, evadir empujones, pisadas, “objetos extraños” que se intentan “colar” en las carteras, frenazos inesperados...
Sin embargo, como decía antes, mirándolo desde otra pers­pectiva, en esa extraña conexión amorosa que establecemos con las guaguas, terminamos apreciando en toda su magnitud el paisaje pintoresco de las muchas “Cubas” que existen, y los hombres y mujeres que la construyen; desde el médico con su bata que le cuelga al brazo, el periodista, el abogado, el obrero de la fábrica, el estudiante, el ama de casa… Una guagua es, en fin, ese cuadro social que una vez interpretado nos ayuda a entender algunas esencias perdidas y otras que nos empeñamos en ocultar, pero que están.
Sucedió hace muy poco. Un señor con su bastón trataba de librar la batalla entre los pasajeros arremolinados, para encontrar un asiento donde posicionarse. A la inercia de quienes ocupaban los puestos de los discapacitados, él respondió con la cautela, en tanto la presión de quienes nos pronunciamos por su causa pudo más.
Casi arrastrando su cuerpo logró sentarse; sin embargo, pocos minutos después, cuando una joven embarazada y su pequeño comenzaron el escabroso pesquisaje para encontrar un sitio donde sentarse, este fue el primero en intentar ofrecerles el suyo. Surgía entonces la duda, en medio de tanta indolencia y ante la actitud bondadosa del desvalido, en situación similiar minutos antes, ¿quiénes eran verdaderamente los discapacitados?
Estos primeros días del año me devuelven al recuerdo de un primero de enero en que otro hombre entrado en canas inició conmigo una rara conversación. “Este será un buen año, usted verá jovencita, muchas cosas buenas van a pasar”, me dijo inesperadamente, y siguió con su mente hundida en el espacio. Ese 2014 mi país despidió el año con el júbilo del regreso de sus héroes, y el deshielo de las relaciones con su vecino del norte.
Otro día, en plena tarde, los pasajeros, en acto de repudio, hicieron al chofer detener su guagua, hasta que de ella no bajara el “carterista” que había sido atrapado in fraganti con las manos en la masa, en la “cosa en sí”: el bolso de mi amiga. Gracias a un joven pudimos recuperar el monedero que se daba por perdido, y hoy por hoy poder hacer la historia es una de las experiencias que agradezco de la oportunidad de andar cada mañana en la búsqueda y captura de una guagua.
Así, muchas pudieran ser las lecciones que atrapamos en ese instante de camino a casa o al trabajo. Si solo nos concentramos en el calor, la muchedumbre, los infortunios, puede que obtengamos malestares; pero, si por casualidad dejamos a un lado el bendito libro que nos acompaña, y nos ayuda a veces a enajenarnos de ese en ocasiones inquietante camino, para mirar más allá de lo aparentemente visible, encontraremos experiencias de todos tipos y colores: desde análisis epidérmicos o muy sensatos de la realidad, hasta un gurú que vaticina los años buenos, o experiencias — positivas y negativas—, que nos ayudarán a seguir dibujando ese paisaje pintoresco del que solo somos una parte.
Al fin y al cabo, la que establecemos con la guagua es una conexión extraña y complicada, la de los amores difíciles, con la cual tenemos que seguir lidiando. Mejor hacerlo de buena gana. Nosotro(a)s y las guaguas establecemos esa extraña co­nexión de los amores difíciles: “contigo porque me matas, sin ti porque me muero”. Las vemos acercarse y nos invade una alegría imposible de maquillar. Justo delante de ellas, un gentil hombre desconocido hace gala de ese componente genético blindado con buenas dosis de solidaridad “a la cubana”, y grita a todo lo que le alcanza su voz: “caballero, caminen, queda gente allá abajo”. Y comenzamos a dudar de nuestra prematura y espontánea felicidad. “Ni contigo ni sin ti”.
Pero digamos que es mejor con ellas. Partamos de esa tesis porque, en definitiva —aceptémoslo de una buena vez y pequemos de absolutos— a pesar de todos los dolores de cabeza, los problemas auditivos generados por los “responsables de sonido”, los dolores en las articulaciones y la vejez precoz que nos hacen padecer, ¿qué sería de nosotros sin ellas? Como suele decir mi madre, veamos, por hoy, las caras positivas del asunto.
Ante todo, siempre es un buen comienzo el “ejercicio matutino” que nos regala el chofer al hacernos correr tras ellas, una cuadra antes, una después. Lo que desconoce él es que la tarea impuesta ayuda a abonar el terreno para lo que viene después. Una vez dentro, terminamos la “sesión de gimnasia” con las acrobacias para sostenernos —sobre todo en el caso de los más pequeños—, evadir empujones, pisadas, “objetos extraños” que se intentan “colar” en las carteras, frenazos inesperados...
Al fin y al cabo, la que establecemos con la guagua es una conexión extraña y complicada, la de los amores difíciles, con la cual tenemos que seguir lidiando. Mejor hacerlo de buena gana".

martes, 12 de enero de 2016

Para Rusia con amor

"Un amor solo puede feliz si es mutuo", dice el presidente ruso Putin.


Celia muy de cerca

Cuando estuve de visita en La Habana me hice con un recuerdo muy especial: una broma que Celia Sánchez Manduley
le hizo a mi padre, cercano colaborador suyo en asuntos jurídicos. Ella recortó de alguna revista el comic y le
añadió frases del Doctor Quevedo. Encontrar la felicidad en el trabajo que hace uno cada día es una gran dicha.
(Propiedad de la República de Cuba)

lunes, 11 de enero de 2016

Celia, presente

Foto: Archivo
Mucho antes del triunfo de la Revolución su nombre había devenido leyenda en el país. Cuando aún no existía el Ejér­cito Rebelde, en plena tiranía batistiana, coloca en el busto del Apóstol del parque de Pilón un letrero con una sentencia martiana: “Solo hacen falta 30 hombres para levantar un pueblo”. Tiempo después, en los días del desembarco del Granma, se disfraza de embarazada y ante la amable invitación a tomar café de unos guardias que no la reconocen, con la mayor sangre fría se introduce en un cuartel, con el fin de obtener información valiosa para el Movimiento 26 de Julio.
Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley, hija del médico Manuel Sánchez Silveira y la manzanillera Aca­cia Manduley Alsina, nació en Media Luna, hoy provincia de Granma, el 9 de mayo de 1920. Creció en un hogar donde se veneraba a los próceres de la patria; su padre los llevaba a ella y sus hermanos a sitios históricos como San Lorenzo, Peralejo y Dos Ríos, los estimulaba a leer La Edad de Oro y los Versos Sencillos; cada vez que visitaban La Habana, iba con ellos a la Casa Natal del Apóstol y les convocaba a palpar el pasamanos: “Por ahí pasó su mano Martí”, les decía.
En 1940, cuando la familia se mudó para Pilón, el doctor Sánchez Silveira, en sus recorridos por la Sierra, llevaba a su prole a que conocieran de la miseria de esa otra Cuba y el por qué a esa clientela no solía cobrarles la consulta. Celia quedó impactada de la pobreza de los campesinos de la zona. Organizó verbenas, secundadas por gente generosa, para ayudar a las familias pobres, comprarles juguetes a los niños. Comprendió que la caridad no bastaba, era necesaria una solución política y se afilió a la Ortodoxia. Después del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, comprendió que entonces la única opción era la lucha armada.
A mediados de 1955, según testimonio escrito de la propia Celia, Manuel Echevarría, coordinador del Movimiento 26 de Julio en Manzanillo, la captó para la organización, en donde nunca tuvo cargos, aunque asumió tareas relevantes. Con su nombre de guerra, Norma, devino figura legendaria en los días de los preparativos de la expedición del Granma y del inicio de la lucha guerrillera en la Sierra Maestra. Por su labor en los constantes envíos de hombres y pertrechos, Raúl la calificó entonces “madrina oficial” del naciente Ejér­cito Rebelde.
Por aquellos días resultó detectada y detenida por el aparato represivo del régimen en una cafetería de Campechuela, en donde iba a contactar con otro combatiente. “Voy a comprar una caja de chicles”, dijo a sus captores. Años después ella relataría: “Cuando me levanté y fui a la vidrierita, prendí una carrera. Había una acera muy alta y allí mismo me tiré y empecé a correr”. La sorpresa paralizó a los guardias. Al reaccionar, trataron de atajarla y tiraron al aire pero Celia seguía corriendo como una gacela en peligro. Se internó en un solar lleno de maleza y marabú. “Me quedé tranquilita, para que no se moviera la hierba”. Al rato, cuando ya nadie la perseguía, siguió arrastrándose hasta la carretera. Con señas detuvo un auto, que resultó ser de un conocido que la llevó a una casa segura en Manzanillo.
Luego, pasó a ser integrante de la Columna 1, comandada por Fidel, y participó en combates, como en El Uvero, M-1 en ristre. Coincido con su biógrafo principal, Pedro Álvarez Tabío, cuando afirmaba: “tiene el mérito histórico de haber sido la primera mujer combatiente del Ejército Rebelde y de haberlo hecho bien”.

Desengánchate de ISIS

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  • Enero/Febrero 2016Nº 76
Psicología social

Despegarse de las redes yihadistas

¿Cómo se explica que un joven pierda el sentido de la realidad hasta el punto de enrolarse en un movimiento radical en el que arriesga su propia vida y la de los demás? Y, sobre todo, ¿cómo puede salir de él?
El marido de Mériam rapta a la hija de ambos, viaja a Siria y se suma a la yihad. Estamos en 2013. La joven, angustiada, recibe mensajes por móvil en los que su es-
poso afirma que quiere morir mártir con la niña.

Nada más saludar a Mériam, nos damos cuenta de que la situación es crítica. Debemos actuar con mucho tacto. Decidimos no enfrentarnos al hombre en el terreno de las ideas; no debemos discutirle ni refutar su ideología y proyecto. Nuestro objetivo se centra en un único lema: conseguir que revivan en el sujeto recuerdos del pasado. Hay que hablarle de los días en que conoció a Mériam, del nacimiento de la hija de ambos y de los lugares que visitaron juntos.
Transcurren diez meses sin el menor resultado. Un día, por algún motivo difícil de precisar, el hombre responde. Evoca una excursión, una cena de enamorados, momentos de sosiego. Aún conserva recuerdos; su afecto no ha muerto por completo.
El caso del esposo de Mériam ilustra una norma fundamental en la rehabilitación de las personas reclutadas por un movimiento fanático: no caben los razonamientos, debe trabajarse desde un plano emocional. Pero esa tarea resulta más fácil de decir que de ejectuar. La mujer, alentada por la primera respuesta positiva de su compañero, solo ansía explicarle que el proyecto que pretende es una insensatez; que por fin se ha dado cuenta de su error, y que debe regresar de inmediato. Nosotros la disuadimos. Frases de este tipo pueden echar por la borda meses de trabajo.
Esa es la mayor dificultad. Las personas cercanas a las víctimas han de mostrarles que siguen con ellos, que son su salvavidas. Deben continuar avivando el recuerdo de los lazos que les unieron en el pasado, sin olvidar que estos individuos han perdido gran parte de su humanidad y que se requerirá mucho tiempo hasta que retornen a una vida normal.