En las estadísticas que cada año dan conocer en el país las causas relacionadas con los accidentes del tránsito no aparece ninguna bajo el acápite de “baches”.
Cierto que hay causas más importantes que engrosan la fatídica lista, como el no debido control del vehículo, la ingestión de bebidas alcohólicas, el deficiente estado técnico de los carros, y así una larga relación que incluye el deterioro de la vía pública y su eterno acompañante no computado, el bache.
El bache se ha convertido en una suerte de maldición gitana, no solo para el conductor que trata de esquivarlo en medio del tránsito, sino también para el peatón que de buenas a primera ve cómo se le viene encima una mole de hierro que le obliga a contraer músculos e irse atrás y, si todavía le queda algo de aliento al reponerse del susto, aprovecharlo para soltarle al agresor el último improperio de moda.
Ofensas al viento, porque el chofer ni se inmutará, ocupado como está en rumiar sus propias injurias contra el campo minado que ha venido transitando entre bamboleos y rechinar de amortiguadores.
Lo de “campo minado” no es metáfora de fácil agarre, y lo sabe todo aquel que en estos días haya transitado la distancia que va desde La Palma hasta Dolores, por la Calzada de 10 de Octubre (lo cual no quiere decir que de ahí hasta Agua Dulce el trayecto mejore demasiado).
Solo viéndolo, y más en estos días de lluvia, se puede creer el deterioro de la mencionada vía, y ello se debe a que los simples baches de ayer se han convertido en un archipiélago de profundas hendiduras (para no hablar de los peligrosos levantamientos del pavimento) sin que la mano del hombre viniera a remediar lo que a gritos se preveía.
Pavimentarlo todo, y bien, sería lo ideal, pero como económicamente no se puede; la memoria remite a años idos, cuando era usual ver cuadrillas de trabajadores a la caza de los baches que pudieran irse formando en las vías reparadas.
Un bache cogido por aquí, un bache cogido por allá, y al final sin baches, o casi, porque, contrario a aquellos tiempos de afanosos reparadores, en este mismo momento en que escribo un nuevo bache debe estar brotando amparado por un largo seguro de vida.
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