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martes, 18 de enero de 2011
Mi único triunfo en la escuela.
La única vez que las monjas teresianas me honraron con las bandas de conducta y aplicación, mi madre salió corriendo a inmortalizar el suceso extraordinario. Las madres teresianas no eran dulces monjitas compasivas. Más bien tiraban al estilo de la Benemérita. Pretendían ponernos firmes. No nos dejában ni ir al baño, sin permiso expreso. Nos intentaban instruir a casi 40 grados a la sombra. Yo la verdad que las incordiaba todo lo que podía. Como odiaba las labores de aguja, el punto de cruz, y los encajes de bolillos, finjía dolores de tripa. Y la cosa a veces funcionaba y otras no. Siempre quedaba el truco de la capilla. Es decir, pedir permiso para pasar por el confesionario. Nuestro párroco era un verdadero santo. El problema era inventarse unos pecados convincentes. Yo me acusaba de envidiar furiosamente a una de mis primas, por tener el pelo crespo y yo estirado. El buen cura se reía por lo bajo. Ordenaba un Padrenuestro y 3 Avemarías y asunto terminado. Había que regresar al aula con el alma como una patena. Solía llevarme mejor con la hermana portera, que supongo que tenía menos categoría que las maestras. Las hermana regenteaba una vitrina con todo tipo de bisuteria sacra. Yo me dejaba el dinero de la merienda en estampas y rosarios. La hermana, que encima se llamaba Sagrario, a veces me fiaba. Mi mayor enemiga era una que se hacía llamar madre Cármen. Era de Extremadura. Era muy jóven y muy guapa. Y más que monja y madre era un jodido sargento. Tenía una castañuela con la que nos hacía marcar el paso. Y de música sonaba el himno de los Marines americanos."From the halls of Montezuma to the shores of Tripolee we will are countries battles in the air on land and see", más o menos. Las monjas hacían su propaganda para que una profesara. Yo le tenía, (y la mantengo) especial veneración a esa monja andariega que era nuestra patrona Teresa de Cepeda. Leí su biografía a los 7 años. Lo de fugarse de la casa paterna, rumbo a tierra de moros, me encantaba.Y eso de ir de un lado a otro fundando conventos. Ver la vida como una noche en una mala posada. "Nada te turbe. Nada te espante. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta". Pero mi admiración por Santa Teresa, no me ganó la simpatía de las maestras. Le informaron a mi madre que era la niña más desaseada del colegio. Supongo que fue una merecida "vendetta" por organizar una efectiva incursión en su clausura. No encontramos nada digno de mención, salvo un orinal de peltre debajo de una cama, todo lo demás era normal y deleznable. Yo estaba en régimen de medio pensionista: comía en la escuela y cuando terminaban las clases era confinada en un salón de estudio, a hacer los deberes bajo la vigilancia fiera de alguna maestra. Mi madre nunca olvidó el diagnóstico de las monjas en cuanto a mi pulcritud. Por suerte, ni yo era tan marrana, ni las monjas tan santas.
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