"Nosotro(a)s y las guaguas establecemos esa extraña conexión de los amores difíciles: “contigo porque me matas, sin ti porque me muero”. Las vemos acercarse y nos invade una alegría imposible de maquillar. Justo delante de ellas, un gentil hombre desconocido hace gala de ese componente genético blindado con buenas dosis de solidaridad “a la cubana”, y grita a todo lo que le alcanza su voz: “caballero, caminen, queda gente allá abajo”. Y comenzamos a dudar de nuestra prematura y espontánea felicidad. “Ni contigo ni sin ti”.
Pero digamos que es mejor con ellas. Partamos de esa tesis porque, en definitiva —aceptémoslo de una buena vez y pequemos de absolutos— a pesar de todos los dolores de cabeza, los problemas auditivos generados por los “responsables de sonido”, los dolores en las articulaciones y la vejez precoz que nos hacen padecer, ¿qué sería de nosotros sin ellas? Como suele decir mi madre, veamos, por hoy, las caras positivas del asunto.
Ante todo, siempre es un buen comienzo el “ejercicio matutino” que nos regala el chofer al hacernos correr tras ellas, una cuadra antes, una después. Lo que desconoce él es que la tarea impuesta ayuda a abonar el terreno para lo que viene después. Una vez dentro, terminamos la “sesión de gimnasia” con las acrobacias para sostenernos —sobre todo en el caso de los más pequeños—, evadir empujones, pisadas, “objetos extraños” que se intentan “colar” en las carteras, frenazos inesperados...
Sin embargo, como decía antes, mirándolo desde otra perspectiva, en esa extraña conexión amorosa que establecemos con las guaguas, terminamos apreciando en toda su magnitud el paisaje pintoresco de las muchas “Cubas” que existen, y los hombres y mujeres que la construyen; desde el médico con su bata que le cuelga al brazo, el periodista, el abogado, el obrero de la fábrica, el estudiante, el ama de casa… Una guagua es, en fin, ese cuadro social que una vez interpretado nos ayuda a entender algunas esencias perdidas y otras que nos empeñamos en ocultar, pero que están.
Sucedió hace muy poco. Un señor con su bastón trataba de librar la batalla entre los pasajeros arremolinados, para encontrar un asiento donde posicionarse. A la inercia de quienes ocupaban los puestos de los discapacitados, él respondió con la cautela, en tanto la presión de quienes nos pronunciamos por su causa pudo más.
Casi arrastrando su cuerpo logró sentarse; sin embargo, pocos minutos después, cuando una joven embarazada y su pequeño comenzaron el escabroso pesquisaje para encontrar un sitio donde sentarse, este fue el primero en intentar ofrecerles el suyo. Surgía entonces la duda, en medio de tanta indolencia y ante la actitud bondadosa del desvalido, en situación similiar minutos antes, ¿quiénes eran verdaderamente los discapacitados?
Estos primeros días del año me devuelven al recuerdo de un primero de enero en que otro hombre entrado en canas inició conmigo una rara conversación. “Este será un buen año, usted verá jovencita, muchas cosas buenas van a pasar”, me dijo inesperadamente, y siguió con su mente hundida en el espacio. Ese 2014 mi país despidió el año con el júbilo del regreso de sus héroes, y el deshielo de las relaciones con su vecino del norte.
Otro día, en plena tarde, los pasajeros, en acto de repudio, hicieron al chofer detener su guagua, hasta que de ella no bajara el “carterista” que había sido atrapado in fraganti con las manos en la masa, en la “cosa en sí”: el bolso de mi amiga. Gracias a un joven pudimos recuperar el monedero que se daba por perdido, y hoy por hoy poder hacer la historia es una de las experiencias que agradezco de la oportunidad de andar cada mañana en la búsqueda y captura de una guagua.
Así, muchas pudieran ser las lecciones que atrapamos en ese instante de camino a casa o al trabajo. Si solo nos concentramos en el calor, la muchedumbre, los infortunios, puede que obtengamos malestares; pero, si por casualidad dejamos a un lado el bendito libro que nos acompaña, y nos ayuda a veces a enajenarnos de ese en ocasiones inquietante camino, para mirar más allá de lo aparentemente visible, encontraremos experiencias de todos tipos y colores: desde análisis epidérmicos o muy sensatos de la realidad, hasta un gurú que vaticina los años buenos, o experiencias — positivas y negativas—, que nos ayudarán a seguir dibujando ese paisaje pintoresco del que solo somos una parte.
Pero digamos que es mejor con ellas. Partamos de esa tesis porque, en definitiva —aceptémoslo de una buena vez y pequemos de absolutos— a pesar de todos los dolores de cabeza, los problemas auditivos generados por los “responsables de sonido”, los dolores en las articulaciones y la vejez precoz que nos hacen padecer, ¿qué sería de nosotros sin ellas? Como suele decir mi madre, veamos, por hoy, las caras positivas del asunto.
Ante todo, siempre es un buen comienzo el “ejercicio matutino” que nos regala el chofer al hacernos correr tras ellas, una cuadra antes, una después. Lo que desconoce él es que la tarea impuesta ayuda a abonar el terreno para lo que viene después. Una vez dentro, terminamos la “sesión de gimnasia” con las acrobacias para sostenernos —sobre todo en el caso de los más pequeños—, evadir empujones, pisadas, “objetos extraños” que se intentan “colar” en las carteras, frenazos inesperados...
Al fin y al cabo, la que establecemos con la guagua es una conexión extraña y complicada, la de los amores difíciles, con la cual tenemos que seguir lidiando. Mejor hacerlo de buena gana".
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