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jueves, 15 de mayo de 2014

Mossos en acción: reportaje en comisaría



Llego a casa derrengada. He pasado la mañana disfrutando del festivo, del 3 de mayo, fiesta mayor en Figueres, Alt Empurdà (CAT). Son las “Fires y Festes de la Santa Creu”.

Primero estuve en la 34 Fira del Llibre Vell, lo que para una letraferit como yo es un gustazo, un colocón. A diferencia del año anterior, cuando fui con Vladimir, un moscovita programador  y amante de la hípica, en la de mayo de 2014, los libreros parecían desanimados.

Habían muchos paseantes, golosos de la letra impresa y cazadores de algún incunable,  pero dudo que los comerciantes de un sector tan castigado, (puteado) “llenaran la buchaca”, que viene a ser “hacer caja”.

Encontré un libro precioso:“The Cat and the Devil”, en versión de James Joyce, joyita que me ofreció Erik Rabinad, de Hnos Rabinad. También de su parada cogí “El gato elefante”, diminuto texto con una siamesa como protagonista. Ambos asequibles a mi magro presupuesto y espacio vital.

Soplaba (bufaba, que se dice en Catalunya) una tramontana fría, violenta, energética. Menos mal que llevaba un pantalón de cuero y la chupa correspondiente, que si no me quedo tiesa. Abandoné los libros por las especialidades gastronómicas de la Rambla figuerense.

Me detuve en la parada de Can Gaburra, La Pinya, (Girona) donde la dueña me explicó que en su comarca muchos llevaban ese patronímico de “burra” que aludía a la preferencia de la pagesia por dichos cuadrúpedos, más dóciles que los caballos.

Ya en casa dudo entre ponerme una peli casi gore “La última casa a la izquierda” o salir a andar para compensar los quesos, los dos canapés de queso de cabra, las butifarras negras, chicharrones y el lomo embuchado. 

Al final me disfrazo de Trinity en “Matrix”, salvo que en lugar de cuero lustroso y sexy, me calzo un térmico negro de Decatlón y una camiseta (negra) de Lidel. Abrigan y dan cierto aspecto decente en día de fiesta.

Pillo un pequeño cuchillo de cocina,  cojo un guante y una bolsa de plástico. Me cuelgo el llavín al cuello, como los niños alemanes, y salgo a explorar los descampados del barrio.
No hay un alma en la calle. O el personal está viendo el fútbol o echándose la siesta. 

Detrás de un aparcamiento próximo a los juzgados descubro plantas de hinojo, mimosas. Hay caracoles, muchos caracoles. Amo los gasterópodos. Están buenísimos. Pero dudo que los que pululan por aquí sirvan para comérselos. Hay que salir al campo. Donde no comen porquerías. Corto un poco de hinojo y una planta suculenta. Tenía la intención de llevarme algo de manto vegetal, pero al final decido andar.

Pasada la comisaría de los Mossos D´escuadra, accedo a la antigua Nacional II, a la altura del supermercado Esclá. La tramontana pega duro y casi derrapo.

Me detengo a cobrar equilibrio y es entonces que me aborda un hombre de ojos azules. En un principio pensé pasar de largo. No hacerle ni puto caso. Esquivar un posible mal rollo.
Pero lo miré mejor y me di cuenta de que al tipo le pasaba algo.

No se me aproximó. Hablaba en voz baja. No había ni  pizca de chulería en su actitud. Explicó, en italiano, que quería llegar a la estación del tren y de los autobuses. Pensaba que andando recto lo iba a tener fácil. Era de Sicilia.

Tal vez por mi amor a Italia o por el evidente desamparo del guiri, con pinta de perro apaleado, una pequeña mochila decorada con un enano de Blanca Nieves, triste y ridícula a la par, decidí acompañarlo un trecho, encaminarlo a la estación. Yo ya quería regresar a casa, que la tramontana bufaba que daba gusto. Chao amore.

Para mi sorpresa, cuando lo interrogo, porque me extraña encontrarlo donde estábamos, averiguo que viene de Barcelona. Me dice que en las Ramblas de la capital de Catalunya le han robado 300 euros. Que carece de pasaje para regresar a Italia. La cosa casi me suena a culebrón de Vittorio de Sica, a timo de la estampita o a mucho morro a la italiana. Ha equivocado la presa.

Le propongo ir a los “carabinieri”. A que le cuente su vida a los maderos, pensé. Estaba segura de que si era un jeta se negaría a realizar trámites ante las autoridades españolas. No resulto así.

En la ventanilla de recepción de la comisaria de los mossos mostró cierta ansiedad por ser atendido. Se identificó al agente de guardia lo mejor que pudo. Yo dejé claro que no tenía nada que ver con el sujeto, que “Ío parlo un picolissimo italiano”, y lo había acompañado para hacerle un pequeño favor.

Poco después apareció el oficial (caporal, que es el grado militar siguiente a mosso raso) que le tomaría declaración. El siciliano y su mochila con el enano desaparecieron en el despacho correspondiente, que es donde se atienden esas diligencias.

Como medida precautoria había metido el cuchillo de cocina dentro del guante sucio. No es cosa de permanecer en una comisaría con un arma blanca. No pasó mucho tiempo sin que el policía que llevaba el caso me invitara a sumarme a la reunión.

Cuando le informé que portaba un “objeto punzante”, sonrió burlón. “Espero señora que no me pinche", dijo. Presiento que, como en “Casablanca”, es el inicio de una gran amistad, pensé.

Lo que vino después fue un poco desconcertante. Aquel italiano parecía encontrarse en algo parecido a un estado de confusión témporo espacial. Vulgarmente dicho, empanado.
A duras penas y con mi difusa colaboración lingüística, el caporal logró precisar su fecha de arribo a Barcelona, el miércoles, que el oficio del sujeto era carpintero.

Pero hubo un momento en que todo pareció desmoronarse. Nos intrigó qué demonios hacía vagando por Figueres y sobre todo cómo había llegado. El tipo no entendía y el policía (y yo también) empezaba a estar harto de aquél  presunto tarado.

Mientras tanto me preguntaba por qué siempre me metía en fregados. La tarde metida en una comisaría. En un día festivo. Menudo plan. Pero lo cierto es que lo estaba disfrutando.

Al final el oficial, algo impaciente, como son ellos, bruscos, cortantes, que con lo que les toca no pueden andarse con pijadas, correctos sí, pero no siempre amables, que no hace falta, no es lo que marcan los protocolos, harto del embolado, de aquel tipo lelo, tuvo suficientes datos para componer el dichoso atestado.

Y, mecanógrafo apresurado, vertiginoso diría yo, produce el folio que resumiría la mala suerte de aquél inocente procedente de un pueblo perdido de Sicilia, de la Sicilia de naranjos y mujeres enlutadas, de esa tierra deslumbrante: el tío (nacido en 1979) viaja a Barcelona (en avión) en busca de faena y con lo que se topa es con tres rufianes que lo inmovilizan por la espalda en una callejuela aledaña a las Ramblas de Barcelona, despojándolo de sus únicos 300 euros (para una es dinero, pobre, menudo palo, no te jode) aunque sin amenazas ni daños.

No hubo navaja en la yugular ni esas cosas  chungas de las que hacen erizar el vello. Nada de sangre (lástima, prou de análisis de ADN forense).Se me ocurre que fue todo un detalle de los ladrones.

Asaltar a un tipo humilde, portador de una pequeña mochila  con un enano, tan gilipollas (o confiado y decente) que es capaz de vagar por las callejuelas de Barcelona sobre las nueve de la noche, parece cosa de delincuentes de poca categoría. 

El asalto posiblemente tuvo lugar así: dos individuos  jóvenes, blancos y a los que la víctima no pudo ver la cara, lo inmovilizaron por la espalda. Otro, de frente, le sacó la billetera, extrajo el dinero y se la metió de nuevo en el bolsillo. Salieron corriendo y allí terminó el incidente.

En la cartera que nos mostró el italiano portaba su documento de identidad (en feble cartulina manoseada y escrito a máquina), una foto suya con su pequeña hija, y dos estampas religiosas: una del padre Pío (con pinta de colocado alucinante) y otra de la bella madonna, madre de Jesús, pobre y humilde, según se cuenta.

Entre el madero y yo emprendemos lo que para los ejecutivos es un brain storming, para tratar de ayudar al hombre. Que si Cáritas, que si llamar al Consulado Italiano, que el tipo llame a su casa. Era día festivo. Un largo puente. Nada que hacer.

El mosso le pregunta que si no tiene encima una tarjeta de crédito. Y el siciliano dice que no. Que no posee tarjeta de crédito (los bancos no ofrecen tarjetas de crédito así como así, faltaría plus).

Entonces (tal vez gracias al padre Pío psicótico que el siciliano venera) el policía produce una idea brillante. “Ya está. Vete a la Junquera”, dice (y yo pienso que lo manda a un puti club a ver si una señora de buen ver le hace un favor, porque el italiano vestido de Gucci o hasta con su propia ropa grunge, que dirían los periodistas finos del “El País Estilo”, resulta potable. Le falta un molar, pero tiene el resto de los dientes sanos, blancos, en fin. No está mal. No apesta. Ni es nada feo.)

Pero no. El objetivo del policía es que el siciliano regrese a su casa (o a donde sea: está separado de su mujer) sin otros percances. Librarnos del siciliano. No podemos hacer nada por él. Caso resuelto. Bien por el caporal preguntón al que envidio su velocidad al teclado (y la Walter molona).

La Junquera (antigua aduana de España con Francia) posee amplios aparcamientos donde pernoctan, repostan, o se alivian, transportistas, camioneros de toda Europa. Hasta los de la Fórmula 1. Allí se encuentra el único “Museo del Exilio”de España. También está el “Club Paradise”, que según los expertos en burdeles finos es “el mayor de Europa”.

“Te vas a la Junquera”, insiste el policía D. Pero el  individuo compareciente permanece impávido. No se entera. El oficial, como haría un sufrido maestro de escuela primaria, tira de boli y traza un mapa para dejarle claro al viajero su situación geográfica y la posición (30 Km dirección norte, hacia Francia) de la Junquera. 

“Allí aparcan camiones de toda Europa", dice D. "Buscas uno con matrícula italiana y a ver si te lleva", explica.

El siciliano asiente pero permanece tieso, pegado a la silla. Maldito sea. Y en eso, por primera vez, el policía, que de vez en cuando ha controlado otros asuntos con los compañeros que aciertan a pasar, abandona el despacho, se dirige a un recinto donde tal vez guardan sus cosas, un diminuto almacén, y regresa enseguida.

“Vamos, ven, que te voy a llevar hasta la Junquera”, informa casi contento. Así es como, por fin, salimos del despacho donde el oficial investigador toma declaraciones y redacta las denuncias. El siciliano dice que no lleva nada de comer en la mochila con el enano (alcanzo a ver que tampoco lleva ropa, ni bultos raros).

Antes de abandonar la comisaría, pasamos frente al lavabo público. El siciliano bendito por la madonna tal vez duro de mollera, solicitó beber un poco de agua. No se ha quejado. No ha suplicado comida. Pobre y digno.

En la ventanilla de recepción nos despide un mosso del tamaño del armario victoriano antiguo y de caoba de mi madre. Cuando su jefe le comenta risueño: “la señora se viene a la Junquera en la furgona”  (El tratamiento de señora es un piropo, con las pintas que llevo, pensé).

El mosso enorme que ocupa la recepción se queda ampliamente conmigo. “Así que si te vas a llevar al muchacho a dormir a tu casa”. Luego la emprende con la mierda de cuchillo. Me lo he ganado, vamos.

El juego dialéctico termina con una caricatura de shuto por mi parte (mano en forma de espada) mientras que el madero, medio rubio de bote, hace un ademán peliculero de desenfundar su Walter de reglamento. Todo con un cristal blindado por medio, claro. Buen rollo. (Espero que no lo hayan grabado. Al menos no aparecerá en YouTube.)

Que con semejante mole de carne, según aconseja el maestro Gichin Funakoshi de la venerable escuela Karate - do Kyohan, padre del Karate - do moderno, lo mejor es evitar el enfrentamiento. Algo especialmente recomendado para las mujeres practicantes. Nada de kumbite ni boberías a lo Bruce Lee. Nada de Matrix u otros divertimentos.
En caso extremo, desesperado, intentar clavarle el cuchillo digamos que en un ojo, al agresor. (Como hizo Ulises con Polifemo). Pero las consecuencias, de no acertar a la primera, pueden ser mortales de necesidad.

El cachondo mental uniformado y yo nos despedimos. Pienso que su anatomía me vendría de miedo si se dejara usar como makiwara (poste de madera cubierto de paja, que como manda la tradición se utiliza para golpear y así fortalecer puños y pies). A lo mejor hasta le gusta.

En la comisaría de los Mossos de Catalunya me lo he pasado bien. Mejor que una cena obligatoria con ejecutivos de la industria farmacéutica. Al fin y al cabo, los maderos tienen mucho en común con los científicos y los maestros de escuela: deberían ser creativos, curiosos, persistentes y con sentido del humor, que con lo que les toca tragar, vamos. 

Los/as policías practican la ciencia más chunga posible. Con frecuencia van de culo. Si se equivocan, malo. Si no obtienen resultados, peor. Nadie los recordará cuando estén muertos. Ni siquiera si les pilla  el asunto final obligatorio en acto de servicio.

Al fin nos subimos los tres en la furgona. (furgón policial). El siciliano no ha dicho ni mú.  Me pregunto cómo habrá interpretado el italiano el numerito  jocoso de despedida que hemos protagonizado el mosso talla XXL y yo. 

Si se marcha con la idea de que en Catalunya las mujeres provocamos a los agentes en las comisarías. O de que, presuntamente, intentamos ligar con posiciones Kihon (Karate – do). O si, tal vez, nos ponen las Walter.

En fin, era incapaz de aventurar lo que estaba pasando por el lento cerebro de aquel hijo de la divina Italia. ¿Y si el tío era más listo que el hambre y había entendido que se le tildaba de “empanado”, “corto”, “lelo”? ¿Y si tenía que haberme llevado el siciliano al zulo, ayudarlo y prepararle un bocadillo para el camino?.

¿No es soberbia despreciar a una persona por su aspecto?. Debí copiar su dirección cuando  revisé su documento de identidad. Pude memorizar su teléfono. Yo que siempre llevo un cuaderno y un boli. Que lo “registro” todo. Tal vez me hubiera retirado en Sicilia. Quién sabe si por creída, he dejado pasar la oportunidad de mi puñetera vida.

Claro que el tipo no era tonto. Cuando lo acompañaba a la comisaría de los mossos le dije que si en Sicilia todavía estaba la mafia. El hombre me miró con dulzura. “Non la mafia e cui”, respondió. Menuda lección.

De regreso a Figueres intercambio información con el policía D. Pero yo no comento ni mi vida privada, ni mucho menos lo que hablo con otras personas. Aborrezco el cotilleo. No figuro en Facebook. Soy algo borde. 

Barrunto que el siciliano me ha dado una lección que no alcanzo a comprender.

“En la vida diaria cuerpo y mente han de entrenarse y desarrollarse en un espíritu de humildad. En los momentos críticos se debe estar dedicado a la justicia”, dice el maestro Funakoshi (1922).

Sí, el mosso investigador D. actuó como un ángel. Y yo también, al menos para una torpe practicante de katas.

Agradezco a los Mossos/as de la Comisaría de Figueres la oportunidad de conocer de cerca su trabajo.




Comissaria Mossos D'esquadra Alt Empordà - Figueres

Ter, S/N
17600 FIGUERESGIRONA
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 972541800
Website
http://www.gencat.cat





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