Se llamaba Jalima Fazla Ahmad (20). Era afgana y madre de dos hijos. Alguien la acusó de sostener relaciones adúlteras. Y la ley islámica la condenó a muerte. Su propio padre la asesinó en público. Tal vez hubo bendiciones a su dios. Los hombres de la tribu, satisfechos. Las mujeres ahogadas en su silencio eterno, sumisas y sufridas. Eso ocurrió, según informa Mónica Bernabé, corresponsal del periódico español " El Mundo", destacada en Kabul, en una localidad próxima a lugar donde se encuentran emplazadas las tropas españolas.
Basta de ser cómplices de los crímenes contra las niñas y las mujeres que se cometen en nombre del Corán. Basta de apoyar regímenes musulmanes despóticos. Tarde o temprano lo pagaremos con creces. Y no me vengan con multiculturalismos de pacotilla. Lo que les tienen es miedo a su poderío económico: como que son los dueños del petróleo.
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