Es que no falla: allí donde hay problemas o puede haberlos, allí estoy yo. Y algo tiene que ver con el número once, aunque reconozco que esto es una ridícula teoría sin base racional. Pero sin embargo no falla.
Total, que el 9/11 yo me encontraba impartiendo docencia en Carolina del Norte. Había terminado la primera hora de la mañana y me disponía al cambio de grupo.
Algo muy extraño empezó a circular entre las clases. Se expandía una sensación de angustia indefinida e imperiosa. No tenía nada que ver con la actividad un poco enloquecida usual de los estudiantes en los pasillos. Algunos profesores iban de un lado a otro. Hablaban entre ellos.
No recuerdo quien mencionó por primera vez la palabra "Nueva York". Luego se supo que se trataba de un avión que había impactado contra una de las Torres Gemelas (World Trade Center). Nos preguntábamos si había sido un accidente. Todo era muy raro.
Pero de pronto estalló la consternación y el sentimiento de espanto.
Fue cuando vimos en directo el segundo avión chocar contra la otra torre, que hasta ese momento estaba indemne.
Yo me encontraba ante el televisor de la clase de la profesora de Historia, una mujer especialmente cálida.
Allí nos reunimos tres docentes en estado de auténtica consternación.
-"This is evil", dije y recordé que nos encontrábamos muy cerca de dos centrales nucleares que bien podían resultar objetivos en caso de un ataque aéreo.
Poco después de lo de las Torres Gemelas conocimos que había habido un ataque contra el Pentágono, y que otro avión se había estrellado en Pensilvania. En total parecían ser 4 los aparatos implicados.
Los estudiantes, de edades comprendidas entre unos minúsculos doce hasta unos problemáticos 16 estaban, como era de esperar ansiosos, asustados y dispuestos a dar muchísima guerra. No era para menos.
Nos preguntaban todo lo que ignorábamos. Querían que les dejáramos ver la tele que repetía las imágenes una y otra vez. Algunos, en lo que pienso que podía ser una forma de negación del asunto, querían que no hubieran clases, como solía ocurrir los días de nevadas sorpresivas.
La hora de la comida parecía un auténtico velorio. Las trabajadoras que servían la comida no paraban de hacer comentarios entre ellas.
Ese día no pagué los escasos dólares de un menú cargado de queso. La señora de la caja andaba pegada a un televisor: It´s ok, me dijo y pasó de mi.
En el amplio salón comedor, dotado de suficientes mesas individuales para ser ocupadas por estudiantes, alumnos y trabajadores, nos sentamos por grupos muy marcados.
Varios eran de profesores que comían sin a penas cruzar palabras. Otros de alumnos que por una vez no resultaban tan bullangueros como de costumbre.
Había una mesa ocupada por los trabajadores auxiliares: nuestro bedel, la señora de la limpieza y el policía del centro, dos metros por dos metros de buena gente, que soportaba la ingrata tarea de prevenir la acción de "camellos" juveniles, casos de temprana prostitución y un largísimo etcetera. Todos ellos afroamericanos.
Los saludé pero preferí sentarme en un rincón para llorar tranquila.
Del señor presidente no teníamos noticias. La sensación era de desamparo total.
Mucho más tarde, el informe encargado por el gobierno de EEUU para investigar qué había fallado, destapó una catarata de errores, omisiones y descuidos.
Los instigadores de las acciones terroristas del 9/11 nunca han comparecido ante un tribunal. En realidad no se ha hecho justicia.
En cuestión de horas surgieron numerosas teorías conspiratorias: tal vez la más peculiar fue una que llamaba la atención sobre el ataque al Pentágono, ya que aseguraba que no se pudo encontrar los restos del avión.
Tras una década de guerras por el petróleo, no se han celebrado juicios formales contra los instigadores de los atentados. La muerte de bin Laden no ha significado que se haya hecho justicia.
El informe del gobierno estadounidense, elaborado por un selecto equipo de civiles y militares, resulta un registro minucioso de fallos de seguridad a todos los niveles.
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