Era un rostro extremadamente joven y bello, que cautivó la atención del adolescente que fui. ¿Qué hacía aquella «damita» seductora y con talante de actriz de cine al lado de mi abuelo y de gente como Haydée Santamaría, Armando Hart, Herminio Almendros o Alejo Carpentier? Mi abuelo disipó pronto mi infantil sospecha: se trataba de una muy activa combatiente antibatistiana. «Es la viuda de Fructuoso Rodríguez», añadió.
Todavía tardaría en comprender que ese calificativo, especie de título casi honorífico que acompañó a Marta Jiménez durante 60 años, más que hacerle honores, iba en detrimento suyo, pues minimizaba sus méritos individuales.
Al justipreciar la contribución de la mujer durante la lucha clandestina en La Habana a fines de la década del 50, en una nómina abultada y gloriosa destacan dos nombres que encarnan el sacrificio, el valor y la entereza moral de toda una pléyade. Uno es el de Norma Porras, compañera de Machaco Ameijeiras; el otro es el de Marta. (Ver Juventud Rebelde, Cuba).
|
Páginas vistas
miércoles, 9 de marzo de 2016
Gracia femenina bajo presión
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario