De pie, esperando que llegue el turno para comprar los medicamentos, el número de personas en la fila se multiplica en un santiamén aunque detrás del mostrador no falten los dependientes. Las manecillas del reloj no son las únicas que ignoran el apremio del cliente y antes de darnos cuenta, hemos permanecido en el mismo lugar por casi una hora para poder adquirir algunas tabletas de dipirona o un paquete de metronidazol.
La última vez que fui presa de la ansiedad, le escuché decir a un señor una de las frases más tristes sobre el tema: “es que ya nos acostumbramos a la cola y ellos, a hacernos esperar”.
Aunque no pude evitar sonreír ante la ocurrencia de su comentario, la idea me dejó mucho que pensar. ¿Acaso olvidamos que el público es quien debe sentirse servido, desde la calidad de los suministros hasta el personal de atención? ¿Cuándo fue que renunciamos al trato amable y cordial y cedimos paso al festín de la informalidad?
La escena antes descrita pudiera fácilmente repetirse en los bancos populares de ahorro, registros civiles, dependencias de la Oficina Nacional de la Administración Tributaria (ONAT) y en otras muchas instituciones que prestan servicio al público".
No hay comentarios:
Publicar un comentario