No he podido sustraerme al espectáculo del Vaticano. Pegada delante del televisor.Y lo gracioso del caso es que mientras contemplaba las espectaculares coreografías cardenalicias, la abundancia de tela (Boris Izaguirre dixit), el boato desatado, en fin, la genuina belleza de esa Piazza bajo la lluvia, me vi de pronto transportada a la niñez. Y miren como son las cosas, me entretuve en rememorar a dos curas a los que tuve el gusto de tratar con unos 7 años. Cuando no hay lugar a equivocaciones. Uno era el padre Novóa, navarro y que había sido misionero en India, antes que lo destinaran a Cuba. El otro santo sin duda, era el padre Torío, vasco, que había estado ni más ni menos que en China. Ambos eran jesuitas. Ambos eran sabios. Solían visitar mi casa familiar y mientras transcurría la merienda desgranaban sus historias. Gracias al padre Novóa escuché hablar de la sabiduría oriental. Él practicaba ejercicios de respiración, tal vez yoga. Tenía fama de gran predicador. De eso no puedo dar testimonio ya que durante la misa yo me ponía a mirar los chicos de los Maristas.
Torío era otra cosa. Al pobre cura le habían endilgado ejercer de capellán de la escuela Teresiana. Y su bondad conseguía domesticar a unas niñas majaderas, mimadas y nada angelicales. Por eludir las clases, algunas pedíamos permiso para pasar por su confesionario. Y Torío se reía y nos bendecía, recomendándonos que no fuéramos al aparato de Cocacolas sino derechito a la clase.
Cuando triunfó la revolución de Fidel, al padre Novóa lo destinaron a Santo Domingo. Hay que decir que la Iglesia no sufrió persecusión aunque los practicantes y creyentes se vieron preteridos. El padre Torío permaneció, como siempre, en la iglesia de Reina. Nos visitaba cada vez que podía. Se ocupaba de asistir enfermos o de llevar la comunión a domicilio a aquellos impedidos de acercarse a un templo. Con su sotana que de tan vieja ya no era negra. Y su sonrisa luminosa. Sin otro vehículo que sus piernas a veces cansadas. Por eso ante la elección de un jesuita argentino como Papa de Roma, y que encima se ha querido llamar Francisco, (Lean " Florecillas") recuerdo a dos curas notables por su fidelidad al magisterio, por su cercanía a la doctrina de Jesús, al mensaje evangélico.
Hay un chiste malo que dice que ahora Argentina tiene a Maradona, que es Dios, a Messi, que es el Espíritu Santo, y a Francisco, que es el representante de Dios en la tierra. Pero lo que le ha tocado a Francisco no es de risa.
Que Dios lo coja confesado. Y que la Madonna lo conforte.
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