Siento muchísimo orgullo de recibir numerosas visitas de amigas y amigos ucranianos. Por eso cuando abrí varios periódicos de hoy me percaté que no podía dejar de dirigirme a ellas y ellos con relación a esa espada de Damocles que debería interesarnos a todos los que convivimos en Europa. Y es que Chernóbil no ha terminado y aquí tenemos la sobrecogedora fotografía del sarcófago destruido, parcialmente, pero lo suficiente para que a una se le pongan los pelos de punta. Pero el público mientras tanto se entretiene con posibles choques de pedruzcos siderales contra el desgraciado planeta Tierra. Mucha gente también cree sinceramente en martigalas del fin del mundo. O esperan terribles castigos de Dios. Ahora con la renuncia del Papa se han disparado las más floridas boberías en forma de presuntas profecías. Cuando lo que deberían es tomar buena nota del valor que ha tenido Benedicto XVI para decir "estoy cansado". Pero a lo que iba: no olvidemos Chernóbil. Se puede repetir. Tuvimos Fukushima. Los efectos de ambas catástrofes persistirán en el tiempo. No hay manera de cuantificarlos. Olvídense de Nostrodamus, de las kábalas y los sudokus. El futuro de muchas generaciones se verá afectado sin remedio. |
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miércoles, 13 de febrero de 2013
Para Ucrania con amor
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