Me senté muy relajada delante del televisor con un enorme racimo de uvas. Emitían por "La sexta" un programa llamado "La sexta columna". Tres periodistas de su cadena estaban trasmitiendo en directo lo que ocurría en las imediaciones al Congreso de Diputados, en Madrid. Y claro, les estoy comentando mi experiencia cutre y doméstica del 25/S en Madrid.
No puedo precisar de cuántos manifestantes se trataba. Llenaban calles y plaza desde Cibeles hasta la fuente de Neptuno. Había muchísima gente en torno al hotel Palace. Los participantes coreaban diferentes consignas :"El pueblo unido jamás será vencido", y recordé el Chile de Allende. También "No nos representan". Portaban muchos y muy variados carteles. Sobresalían los "no". Y entre los participantes aparecían ciudadanos de todas las edades. Padres con sus hijos, a los que querían hacer partícipes de un instante que consideraban muy importante en la historia de nuestro país. La presencia policial era notable: furgones, "maderos" aguerridos en cantidades industriales, en fin, toda una escenografía intimidatoria. Los antidisturbios iban ataviados con toda la paerafernalia tipo Robocop. Las cosas no iban demasiado mal hasta que un grupo de gente portando banderolas rojinegras y palos comenzó a zarandear las vallas metálicas que rodeaban, a unos 100 metros de distancia, el sin duda inalcansable Congreso. Estaba claro que con el notable despliegue de fuerzas del orden nadie podía ni siquiera aproximarse al recinto. Allí comenzó el caos y los indiscriminados porrazos. También hubo ataques por parte de algún que otro participantecontra los agentes. Pero eran los menos. Los antidisturbios se emplearon a fondo. A golpe de porra limpia. Patadas a gente tirada por el suelo. Empujones. Abrieron brechas en varias frentes. Daba lo mismo el sexo o la edad de las víctimas de tan lucida defensa armada del Estado de Derecho. A esas alturas se me atragantaban las buenísimas uvas y tenía el pulso bastante acelerado. Me entró un cabreo fenomenal que no hizo más que aumentar cuando comenzaron a transmitir en directo lo que ocurría en la estación de Atocha, donde la policía entró de manera abrupta, amenazadora e irresponsable.
El ministro de Interior ha calificado de impecable, apropiada etc, etc, la actuación claramente desproporcionada, y no discutan que para eso están las imágenes, de los antidisturbios. Nuestro presidente, bueno, el señor Rajoy, para evitar tan cercano y cariñoso adjetivo, felicitó a los ciudadanos que permanecen calladitos y que no se manifiestan. Que es una forma de satanizar a quienes lo hacen.
En España, Portugal, Francia y hasta en la floreciente e industrial Alemania, los ciudadanos están saliendo a la calle a ejercer su derecho de expresar pacíficamente su opinión. No se dejen atragantar con ruedas de molino: ni los manifestantes son facinerosos o "golpistas" o miembros de alguna extrema derecha fachosa. La gente toma las calles por ver amenazados sus derechos básicos. España vive un momento histórico. Un punto de inflexión después del cual ya nada será como antes. La gente está harta de los casos, notables, de corrupción. De los bancos chupópteros a los que ahora hay que sanear. De las dietas millonarias. De las prebendas y el nepotismo. Todo eso es un caldo de cultivo que unido al malestar por la crítica situación financiera y la austeridad que ahoga a los más frágiles hace que aumenten las protestas ciudadanas.
P.S. (Bueno, espero que no se dejen engañar con lo se dice por ahí de Cataluña. Los catalanes no van a romper España. Son una nación muy antigua para tales frivolidades. Otro día les cuento más sobre esto. Todavía me estoy reponiendo del 25/S).
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