Hasta que no se termine la mejor fiesta del mundo mundial, no quiero oir hablar de la puñetera prima de riesgo, de los banqueros ladrones en tela de juicio y demás plagas que nos atenazan. Me va a importar un bledo lo que anuncie Rajoy el miércoles. Ni siquiera si proclama el paulatino regreso a la esclavitud feudal, la supresión total de las pensiones o la venta de órganos obligatoria.
Estoy de Sanferminak, lo que quiere decir de fiesta total, con cuerpo de jota. Me he puesto una camiseta de años anteriores, pero muy aparente: parece que tuviera una herida sangrante en torax y abdómen, como resultado de una buena cogida. Tengo en la mínima mochila otra camiseta de Kukusumuso, marca vasca que recomiendo por su gracia transgresora y fresca (no me han untado para que lo diga). Ya me he regalado con un opíparo desayuno de chocolate espeso y caliente. Ligué la hebra con unas señoras bien de Pamplona y resulta ser que una era Goikoetxea, como mi abuelo. Aquí das una patada a una piedra y salta un Goikoetxea, que se traduce del euskera como "casa de arriba". No es una pretención clasista, aunque la "etxea" de los "Goiko" tiene su bonito blasón con un grifo y un jabalí. La cuenta atrás para el "txupinazo" ya ha empezado. Y por supuesto he cumplido con el ritual de pasar por los corrales para admirar los astados de Dolores Aguirre. Me gusta una fiesta que cada quien vive como le da su real gana. Donde nadie es extranjero. Dicen que San Fermín era un santo de la era del imperio romano y que su prédica del evangelio irritó tanto a los poderosos que murió degollado después de horribles torturas. El "capotico" de del Santo ampara a los mozos que corren con los toros. Que el querido San Fermín nos proteja a todos por igual frente a la adversidad.
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