Son una trama firme en una abyecta retórica. Renunciaron a la lucha armada pero se descubren zulos debajo de la mesa. No acaban de entregar las armas.
Se instrumentan ridículas reuniones internacionales. Como si para representar al pueblo vasco hiciera falta buscar gente de fuera.
ETA ignora el clamor de las manifestaciones que en definitiva sustentan el que los presos etarras se acojan, si así lo desean, y de forma individual, a las leyes del Estado de Derecho. No todos los presos son asesinos. Ni el grado de responsabilidad es el mismo.
Lo que queda de la organización funciona como el principal carcelero de sus militantes arrepentidos, a los que condena a pagar en cada instante por más de 800 muertos. Tal vez es el peor castigo posible.
De los militantes que viven el exilio, por ejemplo, en países de Latinoamérica, no se puede decir lo mismo ya que disfrutan de una "calidad de vida", en la que se diluye la lejanía de sus familiares y el entorno de Euskal Herria, por más que les pese.
Los prófugos optan por la incertidumbre y saben que sus horas de libertad están contadas.
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En parte lo comprendo: ETA todavía da miedo.
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