La penúltima vez que visité La Habana tuve la oportunidad de conocer la finca "Vigía", la residencia de Ernest Hemingway en la capital de la isla. La leyenda turística lo coloca siempre, y nunca mejor dicho, anclado en un extremo de la barra del "Floridita", más o menos entonado bastante antes del medio día.
Hemingway solía escribir en un torre aneja a su residencia. De los cuadros originales, un fantástico Miró muy similar a uno que se encuentra en Barcelona, sus Picassos, algún Braqué y otros más de su estancia parisina, no quedan ninguno ya que la última esposa del escritor los reclamó como parte de su herencia.
La rica biblioteca aún existe y si esto es así se debe en parte al trabajo dedicado y honesto de mi tía Aída Quevedo, graduada en Filosofía y Letras y bibliotecaria en Biblioteca Nacional, un edificio cercano a los ministerios de Interior y Agricultura (o tal vez se llamaran de otra manera).
La casona de Hemingway conserva trofeos de sus safaris africanos. Llama la atención lo bien que se han sabido consevar detalles que incursionan en la vida privada del escritor: un revistero en el cuarto de baño para entretener los momentos de desahogo fisiológico. Y una báscula para controlar el peso. Si uno se fija verá las cifras escritas con lápiz en la pared.
El jardín es magnífico con lujuriantes árboles frutales. En una parte del terreno cuya ubicación no interfiere con la vivienda se encuentra el yate "Pilar", diseñado a gusto del escritor y que ya nunca zarpará en su ausencia.
Fue triste comprobar que, por falta de medios de transporte idóneos, los únicos visitantes éramos una mujer extranjera vestida como para el otoño europeo: mangas largas, cuello ceñido, falda de lana. Por alguna extraña razón esa solitaria turista iba con la boca medio abierta y parecia desorientada. Mi acompañante, Dimitri, Pavel, Boris, o coronel fulanito de tal, un tipo muy inteligente sin edad, alto, fibroso y con dos dientes de oro, nos tronchamos de la risa. La "guiri" desapareció y nos quedamos solos.
En la pequeña tienda de recuerdos sucumbí a la malsana tentación de comprar un libro con fotos en blanco y negro del escritor y Fidel a los 33 años. Se nota que entre ellos hubo química. Fidel ganó un concurso de pesca de la aguja en el que también competía Hemingway. No faltaron malas lenguas que comentaron que alguien le colocó el preciado bicho en el anzuelo al entonces jóven dirigente. Resultaba una flagrante estupidez porque un arponazo se nota enseguida y las agujas no son mansos animalitos.
Aquí muestro la portada de "El viejo y el mar", un libro humilde y casi cincuentenario que es una de mis posesiones más apreciadas. Corresponde a los primeros textos editados en Cuba a partir de 1959. El primero fue por cierto "Don Quijote" en cuatro tomos.
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